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Un regreso al mundo que se dice detestar
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
23 de septiembre de 2008
Pagar todo. Está bien. Pero ¿por qué volver a dar lecciones sobre el manejo de un país y sus finanzas en el epicentro del cataclismo financiero internacional, en Estados Unidos? Después de todo, la Argentina está haciendo anuncios condicionados del pago de casi 30.000 millones de dólares en situación de default desde hace siete años.

Durante cinco de esos siete años, el país creció a un ritmo de 8 o 9%, acumuló importantes reservas y tuvo superávit fiscal. Los buenos vientos habían hecho la hazaña, pero el Gobierno se negaba a hablar de su deuda en default. No es un buen ejemplo para expandir por el mundo.

En las últimas semanas, Cristina Kirchner y su esposo -por qué no- debieron retroceder de muchas posiciones asumidas. Néstor Kirchner solía decir que nunca se trataría el caso de los holdouts mientras él tuviera poder en la Argentina. Según relatos que ella misma hizo después de su último viaje a París, la Presidenta le habría asegurado a Nicolas Sarkozy que el país no le pagaría "un solo dólar" al Club de París en los próximos diez años. Ningún funcionario se atrevió a preguntarle por qué se lo había dicho a Sarkozy, ya que el Club de París lleva el nombre de la capital francesa como podría llevar el de cualquier otra. Alemania es el país más afectado por la deuda en default del Estado argentino.

Las cosas cambiaron en muy pocas semanas. Hay otra nación política en la Argentina desde el 18 de julio, cuando el Gobierno salió derrotado en el Congreso por el hemorrágico conflicto con el campo. Hay otra noción de la solvencia argentina para pagar sus voluminosos vencimientos de la deuda en los próximos años desde que Hugo Chávez les asestó el inhumano 15 por ciento de interés a los bonos argentinos. El prestamista de última instancia se había sublevado también.


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Desde Martín Lousteau, cuando era ministro, hasta Alberto Fernández, en días más recientes, le deslizaron a los Kirchner el mismo mensaje: "El pago al Club de París sin atender a los holdouts no servirá para reingresar en los mercados financieros internacionales. Y resolver el Club de París sin remover a Guillermo Moreno no será suficiente para mejorar la inversión".

Alberto Fernández se lo insinuó a Néstor Kirchner en la reunión de la semana pasada. Kirchner frunció el entrecejo cuando escuchó el nombre de Moreno. Fernández calló. Ya se habían reconciliado en términos personales y habían acordado cuestiones partidarias de la Capital. Resolvieron, sin resolverlo explícitamente, que sería mejor dejar las diferencias sobre el Gobierno para próximos encuentros.

Los Kirchner estaban en esa encrucijada, en la que advirtieron que ya se le había caído hasta el frecuente salvataje venezolano, cuando estalló la burbuja financiera de Wall Street. Todos se enfermaron y no sólo la Argentina tosía. Cristina Kirchner no pudo disimular -ni lo puede aún- la satisfacción de ver que su país era uno más dentro de una pandemia financiera. Algo de suerte se coló, otra vez, en el destino de los Kirchner.

Pero explicó la fortuna como quien dice que no estar en el mundo es mejor que estar dentro de él. Lo sigue diciendo y quizá lo repita hoy en el más engolado recinto de las relaciones internacionales, en la asamblea general de las Naciones Unidas. Es un error: la Argentina nunca dejó de estar dentro del mundo, porque sus exportaciones le valieron la reconstrucción de la economía desde la gran crisis. Estaba fuera de las finanzas del mundo, que es otra cosa.

La Presidenta critica a las finanzas internacionales (que merecen su crítica), pero compra entradas para volver a ingresar en ese mundo. Las entradas estaban en liquidación y, en verdad, el matrimonio presidencial no dejó pasar la oportunidad. En medio de semejante colapso financiero internacional, la deuda en default de la Argentina no tiene mucho peso. Es probable que ésta negociación sea mucho más fácil que la de 2005, porque el mundo ha cometido en los últimos tiempos tantas heterodoxias y se ha dado tantos lujos como la propia Argentina. Pero el país tendrá que negociar, que es lo que los Kirchner no querían hacer hasta hace pocas semanas.

Cristina Kirchner no puede con su genio de investigadora de la historia. Ya el mundo y su país han juzgado mal a George W. Bush. ¿Para qué debía la presidenta argentina meter el dedo en la llaga de los norteamericanos hablándoles de sus pecados? En verdad, en Nueva York se echó de menos a Lula cerca de Cristina. El presidente brasileño fue quien puso en Santiago de Chile, en la cumbre de países sudamericanos, la condición de que no se hiciera retórica contra los Estados Unidos cuando se trató el caso de Bolivia. No hay nada más inservible para resolver los problemas que la innecesaria retórica. Todos, incluso Chávez y Evo Morales, acataron la condición de Lula.


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El Club de París está esperando qué camino elige la Argentina, porque ya fue y volvió varias veces con sus anuncios, a veces contradictorios. El caso de los holdouts parece tener una receta más clara. Como decían Lousteau y Fernández, esas cosas serán siempre insuficientes si la economía argentina sigue, como describió ayer LA NACION, en las arbitrarias manos de Guillermo Moreno. El Gobierno padece una "morenodependencia" que sólo se explica en el temor de los Kirchner frente a empresarios supuestamente voraces y desbocados si el gendarme de los precios volviera a casa.

"Una política puede tener buenas intenciones, pero si los resultados no son buenos, la política no ha sido la correcta." Lección de Cristina Kirchner al gobierno norteamericano, revelada ayer mismo. Nunca nadie describió tan bien, al mismo tiempo, lo que sucede con el morenismo del gobierno de Cristina y sus pésimas secuelas en la economía argentina.