30 de octubre de 1983: el atardecer de un día agitado - Asteriscos.Tv
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19 de abril de 2024
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30 de octubre de 1983: el atardecer de un día agitado
Un cuarto de siglo atrás millones de argentinos debutaron como ciudadanos en la Democracia. Un día histórico. 'Che pibe, vení, votá'
30 de octubre de 2008
Por Roberto Aguirre Blanco

El candidato radical, Raúl Alfonsín, quien con una arrasadora campaña proselitista era la cenicienta de las primeras elecciones democráticas en diez años, esperó con una fuerte carga de ansiedad las novedades del escrutinio en una quinta en San Vicente, en la provincia de Buenos Aires.

En un búnker porteño, Italo Argentino Luder, quien había sido presidente provisional del gobierno de María Estela Martínez de Perón, se dejó contener por todo el aparato del Justicialismo, que esperaba una victoria segura montada sobre la estructura clave del PJ: el sindicalismo y el folclore peronista.

Millones de argentinos, muchos que ese histórico 30 de octubre de 1983 votaban por primera vez, buscaron la forma de enterarse de la noticia más trascendente de ese tiempo: quién sería el nuevo presidente de la era Democrática.

No había ni celulares, ni Internet, ni MP4, ni “bocas de urna”. La espera debía ser casi artesanal para esos tiempos de militancia y aún opresión por la dictadura militar vigente.

Los que vivieron esa jornada de fiesta grabaron en sus memorias cada fotografía del momento, de un día sin Estado de Sitio después de ocho años, de libertad, sin razzias en las calles ni frases autoritarias como “todos contra la pared, documentos en mano”.

Por ese motivo la gente, después de terminar el acto a las 18:00, se volcó frente a los televisores, convirtió a la pequeña radio a transistores en el centro de la devoción en la mesa del comedor familiar o se agolpó frente a los lugares de convocatoria partidaria para “tener las primeras noticias”.

El día ya había sido intenso. Ese domingo en gran parte del país fue una jornada calurosa y de mucho sol. Los que sufragaron por primera vez olvidaron la impaciencia y disfrutaron las largas colas en los lugares de votación, todos, absolutamente todos, sin excepción, con el documento en la mano, como una necesidad de mostrar un salvoconducto a una vida diferente.

Los días anteriores no habían sido igual que otros. La semana previa a las elecciones, Buenos Aires fue una ciudad excitante con una campaña intensa de los partidos políticos, que se palpitaba en cada rincón con el debut de los pasacalles, los altoparlantes y la agitación popular en cada esquina céntrica, situaciones que tanto enervaban a la Dictadura.

El Partido Intransigente, con su líder Oscar Alende, cerró con un acto multitudinario en el Luna Park, mientras Alfonsín conmocionó con un acto en el Obelisco, que convocó a más de un millón de personas con un discurso con el preámbulo de la Constitución Nacional como estandarte ideológico.

Cuarenta y ocho horas después, en el mismo lugar, el PJ, con todo su andamiaje, con el único fin de demostrar quien es más, aumentó la cifra de convocatoria (un millón y medio) en el acto que registró una foto temerosa para gran parte de la sociedad: Herminio Iglesias, candidato a gobernador bonaerense, quemando en el palco oficial un ataúd con las siglas “RA-UCR”.

A partir de las 19:00 de aquel domingo inolvidable, la quinta de San Vicente se llenó de colaboradores de Alfonsín. Cada uno traía datos que demostraban el triunfo en todo el país. La radio y la televisión avalaban esta novedad con los primeros cómputos. El nuevo presidente se abrazaba a su familia, conmovido.

Luder, encerrado en una oficina, no daba crédito antes sus estrechos colaboradores de lo que sucedía: por primera vez en la historia el peronismo (esta vez en su debut sin Perón) perdía una elección nacional.

Los gritos y las culpas comenzaron a pasarse factura delante de él. Había un nuevo gobierno y era sin ellos.

La calle se llenó de militantes con boinas blancas y banderas del radicalismo festejando desde camiones, algunos viejos peronistas lloraban la derrota, y los debutantes, los más jóvenes, se desafiaban a cambiar el partido, y se pensaba ya en la próxima elección. La Democracia ya no era una ilusión.

Un cuarto de siglo después ese ejercicio esta bien aceitado, con muchas cuestiones por cambiar, es cierto. Pasaron y pasarán muchas mas cosas en nuestra historia, pero nada hará cambiar el mismo aire puro que sopló aquel 30 de octubre de 1983 y hoy aún nos resfresca.