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26 de abril de 2024
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Una mancha imperdonable en el día más feliz de los argentinos
El día que Argentina recuperaba la Democracia, un hecho oscureció en el tiempo ese recuerdo histórico. El nuevo gobierno ignoró a Julio Cortazar. Un golpe al corazón
10 de diciembre de 2008
Por Roberto Aguirre Blanco

Ante tantos recuerdos gratos de un día inolvidable, la Democracia, en especial los más cuestionados protagonistas de este cuarto de siglo, la clase política, cometió un error que el tiempo lo transformaría en imperdonable.

El gobierno popular que el 10 de diciembre de 1983 asumió encabezado por el líder radical Raúl Alfonsín, ignoró concientemente la presencia en el país de uno de sus mitos vivientes de la cultura: Julio Cortazar.

El autor de “Rayuela”, comprometido con la lucha popular por la recuperación de la Democracia e identificado con el pedido de justicia de las madres de Plaza de Mayo, había llegado al país el 30 de noviembre para vivir de cerca la fiesta del fin de la Dictadura.

No fue un viaje más de Cortazar, más allá del compromiso político, era el retorno a sus calles, sus olores e imágenes más entrañables del escritor que había estado por última vez en 1973.

Era ya un hombre enfermo de leucemia, golpeado en su corazón por la reciente muerte de su esposa, la canadiense Carol Dunlop, con quien escribió a cuatro manos el último libro de su rica carrera literaria: “Los autonautas de la Cosmopista”.

El sabía que era su despedida, su último viaje a las entrañas de su propia historia, esa que nunca abandonó, y que supo llevar con tanta magia en sus cuentos y novelas sin ceder ningún espacio de idioma o idiosincrasia.

El escritor argentino más universal paseó su flaca figura por las calles porteñas, se rodeó de la gente que lo reconoció y cumplió con el cometido sentimental de llenar su alma de los afectos perdidos.

Nunca pensó que la Casa Rosada con los nuevos aires de libertad y democracia, estarían vedados para él, quien nunca reclamó ningún homenaje ni mención, pero como muchos merecía vivir la fiesta desde el mismo epicentro.

La Rosada estaba tomada por otros protagonistas, tan merecidamente invitados como el ausente olvidado, producto del manejo de los dirigentes de entonces, quienes en un doble discurso, intentaron alejar al personaje identificado con las luchas revolucionarias en América latina.

Sin embargo, el que vino en esos días al país fue el hombre, el escritor que sentía que recorría el transito de una despedida, y que creyó, de justa manera, que no había que anunciar su estado final para cosechar un lugar de reconocimiento y calidez ganado con su arte en tantos años.

A Cortazar le dolió más la actitud sin tapujos de ignorarlo que los hechos. No vino a pedir nada y se llevó el peor de los desprecios.

Una herida más en su alma ya sin fuerzas, un dolor lacerante, más aún que la misma enfermedad que lo consumía.

El querido Julio vivió dos meses más y falleció en París el 12 de febrero de 1984. El golpe de su perdida fue muy grande y comenzaron los reconocimientos y homenajes de sus pares, los lectores que aún lo aman y los oficiales de aquel gobierno que antes le dio la espalda. Era ya, demasiado tarde para lágrimas.

La Democracia tiene deudas pendientes aún en este maravilloso proceso de construcción de República. La gran mayoría por parte de la clase política, algunos, como el de Cortazar ya no se pueden reparar, otros merecen una reacción a tiempo.