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Testimonio de un secuestro
Un hombre en México estuvo secuestrado por nueve meses bajo las peores condiciones. Encontró en la fe en Dios su voluntad por sobrevivir. Buenos Aires fue escala de ese hecho. Una historia conmovedora
26 de enero de 2009
Por Roberto Aguirre Blanco

El secuestro es una de las peores humillaciones que puede soportar una persona. Este delito, necesita de un alto grado de organización e infraestructura, y en Latinoamérica, desde hace ya más de una década un “gran negocio” que no decae.

La historia del arquitecto mexicano Bosco Gutiérrez es de 1990 cuando recién comenzaban a aparecer en ese país, en Colombia y ya era en Argentina, una moda redituable y con un profesionalismo cercano a niveles policiales.

El 29 de agosto de 1990 este hombre, por entonces de 33 años, de una familia de clase media alta de México fue secuestrado por un grupo, integrado por militantes guerrilleros y policías locales a la salida de una iglesia en el Distrito Federal.

Si bien el inicio tuvo tintes de búsqueda de financiamiento para acciones guerrilleras, el gesto revolucionario duró poco y esos mismo integrantes de la operación, como en otros países del continente se transformaron en “profesionales del secuestro”.

Gutiérrez, que aún hoy dicta, como los sobrevivientes de Los Andes, charlas y conferencias donde relata su experiencia que incluyó un fuerte encuentro con su fe cristiana, vivió nueve meses en condiciones infrahumanas, mientras su familia negociaba su liberación en ciudades como Madrid y Buenos Aires, entre otros.

El testimonio que mixtura crudeza de las condiciones de vida en esos nueve meses, la forma de degradación que sufren los rehenes, una alta cuota de humor para contar su historia y una profunda fe para fortalecerse en esas circunstancias, se puede ver en el portal de videos youtube.

Es también un crudo ejemplo de cómo los secuestradores, más allá de las motivaciones de un hecho como este, buscan degradar, y golpear moralmente a sus víctimas para reducirlos a despojos que pueda provocar una resolución más rápida a sus exigencias.

Puede ser en Puebla, México, en la selva colombiana, en una calle de San Pablo o en el peligroso conurbano bonaerense, los escenarios elegidos, pero las estrategias son casi idénticas.

Gutiérrez fue secuestrado por profesionales que luego lo dejaron en manos de cinco “cuidadores” que se turnaron los nueves meses para vigilarlo, mientras lo mantenían desnudo, en la oscuridad y con solo un balde de agua, pan, algo de fiambre, y sin escuchar palabras de sus cuidadores para no identificarlos.

“Cuando menos sepa de nosotros, mas chances tendrá de sobrevivir. El rescate se va a e pagar, pero seremos nosotros los que decidiremos sobre su vida. Si usted se convierte en un peligro para nosotros, no vivirá”, fue una de las primeras consignas que le escribieron al llegar a su cautiverio.

Tras sufrir una gran depresión al tener que identificar ante los secuestradores los movimientos de cada integrante de su familia, Bosco Gutiérrez estuvo sin comer y sin levantarse de su cama por 18 días al inicio de su encierro forzado.

Luego, fortalecido en su fe comenzó a pergeñar una estrategia para soportar lo mejor posible ese terrible calvario rezando, haciendo acciones físicas y espirituales que lo llevarán a mantenerse vivo para sobrellevar los más de 200 días que se sucedieron.

“Me convencí que este problema no era mío, era de toda mi familia. Eran un problema familiar que todos iban a resolver con distintos roles. Mi actitud era mantenerme bien porque si el secuestrado era uno de mis hermanos, yo le pediría no que regrese bien, sino que retorne a nosotros perfecto”, narra con crudeza el profesional.

En esas condiciones pasó una Navidad, una Semana Santa, mientras cada 15 días le sacaban fotos con el diario del día para darle a su familia un testimonio de vida.

“No tenemos apuro, lo podemos tener una semana, un mes o años secuestrado”, le escribía uno de sus secuestradores demostrando la paciencia y la capacidad organizativa que habitualmente poseen estos grupos.

Asimismo en cuatro oportunidades, según contó el protagonista de esta historia, tuvo simulacros de de asesinarlo cuando su familia no respondío a las demandas de los delincuentes.

En mayo de 1991, mientras sus hermanos negociaban con los secuestradores en Buenos Aires el pago de un rescate en San Pablo que se demoraba, la víctima aprovechó un descuido de sus captores y se escapó, en una fuga casi cinematográfica, de su detención y la odisea tuvo en realidad un final feliz.

Luego de 18 años de estos eventos, el arquitecto recorre muchos lugares de América contando su experiencia porque este delito no ha decaído y allí recuerda:

“Una mañana, el secuestrador que tenía que vigilarme se retrasó y aproveché el descuido para escapar encomendándome en todo momento a Dios. Mi fe, y en esto sirve en cualquier creencia personal, me salvó, porque ellos siempre buscaron quebrarme y si eso hubiera pasado hoy no podría vivir en paz.”

El testimonio de esta experiencia se puede ver en: http://www.youtube.com/watch?v=ztR7X1QC0NE.