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28 de marzo de 2024
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Aldo Garrido: el policía héroe que cuidadaba de todos
El oficial asesinado tenía más de 30 años de servicio. Siempre eligió estar en la calle. Reclamo de seguridad y quejas de los vecinos contra el poder político
17 de febrero de 2009
Por Roberto Aguirre Blanco

El teniente Aldo Roberto Garrido hace muchos años que tenía cargo para ocupar una oficina en alguna comisaría o realizar otras tareas específicas a su rango en al fuerza bonaerense.

Sin embargo, el oficial dejó de lado esas posibilidades y siguió trabajando en lo que más le gustaba: ser un simple policía de calle.

Por ese motivo, por su devoción a la comunidad, desde hace más de 20 años fue designado al centro de San isidro donde se convirtió en un personaje querible, servicial y un integrante más de escenario cotidiano del barrio comercial.

Garrido, quien había nacido en Tucumán y cada verano volvía por las fiestas a ver su familia, era un profesional inquieto siempre en movimiento para vigilar y asistir a cualquiera que los necesitase.

Parado en la esquina de la concurrida intersección de Belgrano y Chacabuco, cada mañana recibía a los traseuntes con una sonrisa y un saludo cordial y era común ver a hombres y mujeres quedarse siempre unos minutos a dialogar con él.

Por su tiempo en el mismo lugar conocía los nombres de la mayoría de los vecinos y el de sus hijos y familiares.

Dos generaciones de sanisidrenses crecieron con él como el policía de barrio que todos querían admiraban.

El respeto llegaba además porque siempre estaba atento en detener el tránsito para que cruzara una persona mayor o una embarazada y hasta acompañaba a algunos jubilados cuando salían del banco de cobrar sus haberes.

Siempre con una sonrisa y un saludo a en sus labios y la mirada atenta a cada movimiento en esas dos cuadras que custodiaba y eran de intenso movimiento por lo comercial y lo bancario.

Siendo un oficial de rango, hasta descartaba el uniforme formal y siempre se lo veía de fajina con su inseparable gorro con visera que lo hacía "más ágil" ante cualquier necesidad.

Esa mirada atenta a las caras del barrio que el conocía de memoria y su olfato profesional le habrán funcionado como alerta ante la presencia de una pareja sospechosa a primera hora dentro de un local de ropa.

Era el momento del día que más disfrutaba cuando sucedió el hecho: tenía que ver con el ya clásico saludo local por local de los 200 metros de recorrido para empezar con una sonrisa la jornada.

En ese escenario encontró la muerte más absurda, la muerte del asesinato sin sentido. La muerte que demuestra la desprotección que vive toda la sociedad que trabaja y que tiene dos tipos de responsables.

El material, el hombre y esa mujer que apretaron el gatillo para robar menos de 200 pesos y el de los responsables políticos que desde hace años nada hacen para superar esta crisis de emergencia nacional que es la inseguridad.

Desde el ministro cargo hasta la presidenta, desde este gobierno la anterior. La gente es eterna testigo de las palabras vacías y las caras de dolor de quienes no hacen o no quieren modificar esta situación.

Hoy en San Isidro no murió un policía. Hoy en San Isidro murió un hombre bueno, un héroe de todos los días.

Uno de los que no necesitan de la fama pública para ser respetados y en estos momentos llora toda una comunidad que se siente más indefensa que nunca.