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Kirchner en un intento brutal para retener el poder
Columna de Julio Blanck publicada por Clarín
9 de abril de 2009
Por: Julio Blanck

La explicación intenta sonar a convicciones y desafío. Pero no logra esquivar cierto aire de desesperación y urgencia. "Si la elección es un plebiscito, como dijo Kirchner, entonces nos tenemos que plebiscitar todos". Lo dice uno de los pocos hombres que deciden la política oficialista en la Provincia. Uno de los que saben que sólo si se gana en junio habrá futuro para ellos.

Néstor Kirchner a la cabeza de la lista de diputados. Junto a él, el gobernador Daniel Scioli, y seguramente el vicegobernador Alberto Balestrini. Y los intendentes del GBA, amos y señores del aparato, encabezando en cada municipio la lista de concejales. Todos poniendo el cuerpo, única condición fijada por Scioli al sumarse a la cruzada brutal de Kirchner, para salvar una elección que viene muy complicada.

La calidad institucional que pregonaba Cristina en la campaña de hace apenas dos años, hecha picadillo. La falsificación de candidatos que jamás asumirán los cargos para los que serán elegidos, maquillada pobremente con el mote de "candidatura testimonial". La sensación de que no hay límites frente a la necesidad o conveniencia política circunstancial. Todo se ofrenda sin pudor en el altar de la conservación del poder. Después, algunos se asombran por la revalorización social de la conducta de Raúl Alfonsín.

Con la Capital perdida sin remedio, con Santa Fe respondiendo a Carlos Reutemann que hace su propio juego, sin posibilidades en Córdoba porque el peronismo de Juan Schiaretti se le despegó sin retorno, con pronóstico de derrota en Mendoza por la re-unión de Julio Cobos con el radicalismo, a Kirchner sólo le queda una victoria en Buenos Aires como pasaporte para entrar bien posicionado a la discusión del día después, en la que el peronismo definirá cómo ordena el camino a la sucesión presidencial en 2011.

La lógica de estas horas es así de sencilla: si no gana en la Provincia, el ciclo vital del kirchnerismo habrá terminado, más allá del modo que Kirchner y Cristina encuentren para seguir gobernando, y más allá del impulso de fuga ante la adversidad, que se ha insinuado demasiadas veces para tomarlo a la ligera.

Matar o morir es la decisión de Kirchner. Y eso lo convierte en un adversario mucho más temible. Embarca en su decisión a toda la dirigencia oficialista, obligándola a jugar su suerte junto con la suya. Le cierra el paso al doble juego que ya se insinuaba, con intendentes poniendo fichas en las listas kirchneristas, pero también tirándole una soga al peronismo disidente de Francisco De Narváez y Felipe Solá, no sea cosa que un resultado electoral inesperado los deje desacomodados para lo que venga.

Un dato que define a Kirchner: el martes, en La Matanza nada menos, instaló en público la posible candidatura de Scioli sin haberle avisado a Scioli que lo iba a hacer.

Cerca del gobernador dicen que Scioli ya veía que la cosa iba para ese lado. Que no se sorprendió cuando le contaron lo que Kirchner había dicho. Poco consuelo para quien, gracias a su buena imagen todavía incombustible, debe funcionar como el más poderoso salvavidas político de Kirchner.

A los intendentes se los convenció rápido. Scioli se reunió con ellos en Lanús. Les reclamó acompañamiento. "Yo voy si todos tenemos la misma actitud", les dijo.

Con el aporte de Scioli y el compromiso de los intendentes, obligados a actuar en defensa propia, la ilusión del kirchnerismo es romper el techo del 40% de los votos y asegurarse un triunfo en la Provincia que los certifique como sobrevivientes políticos. Hoy están lejos de ese objetivo.

Un consultor acercó a Olivos los datos decisivos para que Kirchner impusiera este giro en la campaña. Su seguimiento diario de la opinión pública bonaerense mostró un firme crecimiento del radicalismo, aliado con Margarita Stolbizer de la Coalición Cívica, como efecto inmediato de simpatía tras la muerte de Alfonsín.

Ese crecimiento, aún una espuma que debe asentarse, afectó a De Narváez y el peronismo disidente, que descendían 4 ó 5 puntos en intención de voto. Y le dibujaba al kirchnerismo un escenario en el que ya no eran uno sino dos los rivales que lo amenazaban. Algo quedó claro enseguida: con Kirchner solo no alcanzaba. Había que introducir un factor capaz de romper ese equilibrio con mal pronóstico, porque los votos indecisos se van hacia la oposición. Kirchner decidió rápido: ese factor era Scioli.

Al gobernador el desafío lo tienta, porque tiene la vista clavada en la presidencial de 2011. "La noche de la elección yo quiero estar en la foto de los que ganaron", le había dicho Scioli a Clarín hace dos semanas. Sigue pensando igual, quizás porque presiente que a Kirchner se le puede terminar el gas y necesitará un candidato para negociar la sucesión ordenada con el resto del peronismo, así como ahora necesita un candidato que lo saque del pantano en junio.

Es un escenario de debilidad política, aunque se lo anuncie a los gritos y con palabras destempladas.