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"Una noche en el museo 2": en el "centro" del mundo
La segunda parte de la saga protagonizada por Ben Stiller propone más de lo mismo, pero sin la sorpresa inicial y con una visión centrada a pasos de la Casa Blanca
19 de mayo de 2009
Por Sebastián Martínez

Sin la sorpresa inicial que provocaba su antecesora, "Una noche en el museo 2" corre con desventaja. Es cierto: ya conocemos a los personajes y eso puede generar cierta empatía heredada. Pero, por sobre todas las cosas, ya conocemos la maniobra, el artificio, el centro de la trama. Y con todo eso fijado en nuestras retinas desde hace dos años, esta secuela pierde el encanto que sustentaba a la primera parte de la saga.

Empecemos por el comienzo. En el anterior filme, Larry (Ben Stiller) se enrolaba como vigilante nocturno y descubría que las criaturas expuestas en el Museo de Historia Natural de Nueva York cobraban vida por las noches en virtud de un sortilegio provocado por una antigua tablilla egipcia que presidía uno de los salones del edificio.

Ahora, un par de años después, las cosas han cambiado. Larry ya no es el guarda del museo. Ha progresado como inventor y comanda una pujante empresa que vende desde linternas fosforescentes hasta llaveros imperdibles. Pero, cuando necesita un consejo, vuelve a los salones del museo a conversar con sus amigos de la historia.

Es así que se enterará de que las principales piezas que se exhiben frente al Central Park neoyorquino serán desmontadas, embaladas y enviadas a los fríos sótanos del Archivo Federal de los Estados Unidos, situados debajo del Museo Smithsoniano, el complejo de exhibición más grande del mundo, con más de una decena de edificios emplazados en el centro de Washington.

Y no hay nada que Larry pueda hacer para evitarlo. Pero, sorprendemente, una de sus criaturas predilectas (el diminuto vaquero que interpreta Owen Wilson), se comunicará con él desde el Smithsoniano, con un mensaje de auxilio. Por lo que Larry viajará a Washington y la aventura comenzará otra vez.

Hasta allí, el argumento. A los personajes conocidos (Atila, Teodore Roosevelt, el emperador Octavio, Sacajawea, Jedediah Smith), se sumarán nuevos: fundamentalmente Amelia Earhart (la primera mujer en pilotear un avión sobre el Atlántico), el faraón Kahmunrah, Napoleón Bonaparte, Iván el Terrible, Al Capone, el general Custer, Abraham Lincoln, etc.

Una vez más, cuando uno empieza a ver el rol que se le ha asignado a cada uno de los personajes, se comprende hasta qué punto llega la convicción que tiene gran parte de los Estados Unidos de ser el "centro del mundo". Todos los héroes del filme (al menos todos los que realmente tallan en la historia) han nacido en suelo norteamericano o han vivido en él. En cambio, entre los villanos hay egipcios, franceses, rusos, etc., que siguen siendo a los ojos americanos bichos raros que existen sólo para que los Estados Unidos tenga alguien con quién pelearse.

Pero quizás sea hilar demasiado fino en una propuesta como "Una noche en el museo 2". Las que no deben pasarse por alto son las fallas de la película, que no pueden ser disimuladas por el probado oficio de Stiller y su cotizado elenco de partenaires, ni por los correctos efectos especiales.

Por un lado, están las inconsistencias: ¿qué pasó con la novia que tenía el personaje al finalizar la primera parte?, ¿quién cuida el museo desde que Larry renunció?, ¿acaso no hay vigilantes nocturnos en el Smithsoniano que vean el desastre que ocurre frente a sus narices? Por otra parte, hay un exceso de didactismo, tal como suelen ocurrir en los malos filmes hollywoodenses dirigidos a los niños, donde cada una de las acciones es explicada una y mil veces para que nada se pierda de vista. Y, para terminar, están las reiteraciones. Es decir: aquellos recursos que ya vimos en la primera parte pero que aquí reaparecen como si tuviesen algo nuevo que aportar.

Esto no quiere decir que "Una noche en el museo 2" sea una película completamente desechable. Stiller sigue siendo un gran comediante, Amy Adams es una buena actriz (aunque aquí no esté del todo explotada) y los hombres detrás de las computadoras saben hacer sus trabajos de animación con solvencia. Para el espectador, el resto es dejarse llevar tratando de que los baches, las dudas y las repeticiones no sean obstáculo para llegar al final de la película.

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