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26 de abril de 2024
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Campaña a la medida de Kirchner
Joaquín Morales Solá para LA NACION
4 de junio de 2009
El viejo y conocido Néstor Kirchner parece estar volviendo. Importa poco cómo dice sus cosas, si como un pastor bueno o como un hombre pasional y ofensivo. Lo que importa es el contenido. Las antiguas fobias del ex presidente, contra los productores rurales o contra los periodistas, están ganando otra vez el protagonismo de sus tribunas. La oposición al kirchnerismo, culpable también de una campaña memorable por su pobreza conceptual, ha terminado colocando al propio Kirchner en el centro del escenario. Ya cualquier esperanza parece frustrada de antemano: el 28 de junio se votará por Kirchner o contra Kirchner.

Suceden escenas parecidas en el interior rural, aunque referidas puramente a la campaña electoral. Algo del caótico y arbitrario 2001 es perceptible, aunque de manera parcial y embrionaria, en las regiones del país más pobladas por los productores agropecuarios.

Seamos claros: por esos paisajes de campo y cielo nadie del oficialismo puede andar sin tomar monumentales recaudos de seguridad. La revuelta popular de 2001 contra cualquier político se convirtió en estos días en expresiones violentas exclusivamente destinadas contra funcionarios o legisladores oficialistas.

El reprochable método ha provocado la pertinacia obsesiva de Kirchner. Ahí va. No llega con los aires de algarabía y fiesta con que arriba a las zonas más seguras del segundo cordón bonaerense. Va rodeado de medidas de seguridad propias de un presidente norteamericano en Afganistán. Cientos de policías lo rodean, varios anillos de seguridad bloquean cualquier acercamiento a él y hasta los periodistas son palpados para prevenir la portación de armas en sus cortas visitas al interior rural bonaerense. Lo que le importa es la foto o la grabación televisiva que demostrará ante el resto del país que él no le tiene miedo a nada.

Es cierto que Kirchner había logrado reconciliar la política con la sociedad, en los albores de su gestión presidencial, pero ese esfuerzo parece perdido a estas alturas. Otra vez la sociedad se aparta de la política. Mala noticia para el funcionamiento del sistema y sus instituciones.

Desde que el campo se le cruzó en su vida, el ex presidente pierde hasta las estrategias cuando se topa con el ruralismo. En los últimos días, volvió a acusar a los productores de cómplices de los golpes militares y de fogonear ahora un proyecto destituyente, un neologismo que significa, en buen romance, que los ruralistas se propondrían echar del poder a su esposa y a él. Lo dijo sin exaltarse, con un ánimo notablemente sedado y, sobre todo, sin recurrir a los épicos gritos con que lo conocemos. Pero ¿es distinta la acusación de ahora de la que les hacía a los productores cuando se libraba la batalla por la resolución 125? No. Es la misma, injusta e irreal.


* * *

Kirchner siempre se encuentra con un oportuno Alfredo De Angeli; éste le permite, con sus procacidades, justificar todos sus dislates. Ayer, el dirigente rural de Gualeguaychú agravió a Kirchner. Hizo mal. Eso no significa que el ex presidente no esté sembrando broncas y rencores por todo el espacio rural. No ha tenido en cuenta ni siquiera que la situación del campo no es ahora objetivamente comparable con los tiempos en que unos y otros batallaban por las retenciones a la soja, durante el año pasado.

En los últimos seis meses, sucedieron la caída de los precios internacionales de los alimentos, la propia crisis económica y financiera internacional y la feroz sequía que afectó severamente la producción rural argentina. El campo argentino está muy mal, pero Kirchner lo ve sólo como un enemigo a batir.

Aún más: la presencia del rencor no le permite a Kirchner advertir que, a pesar de la baja generalizada en los mercados internacionales, el precio de los alimentos es una de las pocas cosas que mantuvieron un nivel digno y hasta se revalorizaron en los últimos 45 días. Cualquier jefe político preocupado por su país intentaría un acuerdo rápido con los productores rurales para sacar a sus coterráneos rápidamente de la crisis internacional. No hay caso. Kirchner prefiere entreverarse en polémicas inútiles sobre una historia antigua, fabricada a la medida de su campaña electoral.

Kirchner eligió, en efecto, la victimización personal antes que solucionar los problemas comunes de los argentinos. La novedad es que, aun con el mal pronóstico de que perderá el control del Congreso, está pagando en las encuestas un precio demasiado barato. La oposición lo mira sólo a él, y eso le quita a la sociedad un entusiasmo más ambicioso que votar contra alguien. Los propios dirigentes peronistas que ahora se le oponen sólo hablan para mostrar sus distancias con Kirchner. No hablan casi nada de qué es lo que proponen cambiar y para qué. Sólo cabe la inferencia.

La oposición más frontal también hace de su proverbial antikirchnerismo una bandera electoral casi exclusiva y excluyente. Conocemos, por ejemplo, que la seguridad es la prioridad de Francisco de Narváez y que tiene un plan. Pero ¿cuál es el plan? Estamos notificados de que Mauricio Macri cree en políticas y en estrategias distintas de las de Kirchner. ¿Cuáles son esas estrategias y esas políticas? Sabemos que Elisa Carrió o Julio Cobos cultivan una idea más institucional, moral y consensual de la política. ¿Las propuestas de ellos se agotan sólo en esos valores que deberían ser condiciones elementales de la vida democrática?

Por Kirchner o contra Kirchner. Ese será el final de la campaña. Los opositores dicen que la sociedad que los escucha o que los lee, necesariamente antikirchnerista, sólo quiere verlos hablando mal del ex presidente. Ese vasto núcleo social es renuente, por lo tanto, a abrirse a otras propuestas cuando sólo está esperando que los opositores digan lo que el hombre de a pie no puede decir.

Hasta podría tratarse de una buena estrategia de Kirchner (hacer de su persona el centro de la campaña electoral), pero el problema irresuelto es que habrá un día después de las elecciones. Y la normalidad de un país no podrá gobernarse nunca con una sociedad seriamente dañada por las emociones del odio y la violencia.