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Un termómetro fiel de la situación social
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
7 de agosto de 2009
La Iglesia argentina nunca quiso participar de un diálogo multisectorial y multipartidario como parte. No es una parte más; es una institución que está por encima de las partes y que, en última instancia, expresa convicciones comunes de todas las partes. Si los gobiernos de los Kirchner hubieran escuchado a los obispos, quizá se habrían ahorrado el ingrato momento de ayer, en el que los funcionarios debieron leer al Papa para saber con exactitud qué piensa la Iglesia. La falta de ese diálogo en los últimos siete años explica, de algún modo, lo que pasó ayer.

Benedicto XVI escribió unas líneas que fueron réplicas de aseveraciones que ya habían hecho, aquí o en Roma, importantes prelados argentinos.

El "escándalo de la pobreza" o la "inequidad social" de la Argentina, según los términos usados por el Pontífice, son palabras que había usado mucho antes el cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y jefe de la Iglesia argentina, ante el propio Papa en una visita ad limina a Roma (a los umbrales de los Apóstoles), al frente de una delegación de obispos argentinos. Hace pocas semanas, el obispo de San Isidro y titular de la influyente Pastoral Social, Jorge Casaretto, denunció que la pobreza afectaba en la Argentina al 40 por ciento de la población.

Las palabras de Bergoglio ante el Papa, pronunciadas durante una solemne ceremonia en el Vaticano, provocaron aquí en su momento un pequeño escándalo político, porque el Gobierno consideró que se trató de una excesiva dramatización de la situación social argentina. A su vez, los números de Casaretto no son compartidos tampoco por la administración kirchnerista, que se respalda en las inciertas cifras del Indec para sostener que el nivel de la pobreza es mucho menor que la denunciada por el respetado obispo.

La primera conclusión que puede extraerse de la noticia de ayer es que la Iglesia argentina no está huérfana de apoyos: el propio Papa ha hecho suyos los conceptos y las certezas de los obispos argentinos.

Un dato político, que pudo pasar inadvertido, es particularmente importante. Aquellas palabras del Pontífice fueron trasladadas a la Argentina por su embajador en Buenos Aires, Adriano Bernardini. El nuncio es un diplomático y, por lo tanto, tuvo muchas veces posiciones más flexibles frente al Gobierno que las que sostenían Bergoglio y la mayoría de los obispos locales.

Si las palabras que escribió el Papa son las de Bergoglio y fueron transmitidas aquí por el componedor Bernardini, entonces no queda ninguna duda: la Iglesia en su conjunto está segura de que la Argentina sufre niveles enormes de pobreza y una inexplicable inequidad social. El Gobierno perdería tiempo y energías si se ocupara de buscar supuestas intrigas antikirchneristas entre los líderes religiosos. Piensan así, simplemente.

¿Sólo ellos piensan de esa manera? Cualquiera que haya hablado con los taxistas o con los porteros habrá percibido en éstos la misma impresión que tiene la Iglesia. "El 99 por ciento de la sociedad argentina está segura de que hay una pobreza más grande que la que acepta el Gobierno, y la prueba es la repercusión que tuvieron las palabras del Papa", señaló ayer un alto exponente de la Iglesia. Los obispos locales prefieren siempre, y sobre todo desde que los lidera Bergoglio, la sintonía con la sociedad antes que con los que gobiernan.

El Vaticano tiene, además, una historia de precisión en la descripción de los conflictos sociales argentinos. Ya una vez el extinto papa Juan Pablo II sorprendió con esas cuestiones a Carlos Menem, que tenía con la Iglesia de entonces una relación mucho mejor que la que tienen los Kirchner. El Pontífice describió con crudeza la situación ante un Menem evidentemente sorprendido, que había viajado a Roma para visitar el Vaticano. También el poder político de aquellos tiempos imaginó supuestas intrigas de obispos argentinos ante la Santa Sede. Existió, sí, la opinión previa de los obispos, pero no las intrigas.

Más por Menos

Es difícil confundir a la Iglesia con abalorios estadísticos sociales, sean de Guillermo Moreno o de quien fuere. Su presencia activa en las regiones más pobres del país y su colaboración para mitigar el flagelo del hambre mediante comedores populares la convierten en un termómetro casi infalible de la pobreza, la indigencia y la inequidad. De hecho, las palabras del Papa se conocieron mediante una convocatoria del Pontífice para apoyar la campaña anual Mas por Menos de la Iglesia local.

"Esto no es nuevo, pero lo grave es que se tenga que repetir permanentemente", señaló ayer un vocero de los obispos en alusión a las palabras de Benedicto XVI sobre la pobreza de muchos argentinos.

Los Kirchner tendrán un problema ante la historia: les será casi imposible explicar por qué la Argentina tiene ahora igual cantidad de pobres que antes del período de bonanza y crecimiento económico más importante de los últimos 60 años. Una administración preocupada sólo por metas electorales y por la acumulación de poder se olvidó de la misión esencial de cualquier gobierno: dejar una sociedad más rica y con menos pobres al término de su gestión. En eso consiste, en síntesis, el buen gobierno.

La Iglesia no es parte del diálogo, en efecto, pero tiene una valiosa experiencia tras haber sido el eje sobre el que giró el dramático diálogo antes y después de la gran crisis de principios de siglo. Obispos importantes golpearon despachos oficiales y legislativos, desde hace por lo menos un año, para subrayar que veían necesario el urgente comienzo de una nueva ronda de diálogo con sectores políticos, económicos y sociales. Néstor Kirchner nunca aceptó tales consejos: "Esas son cosas que hacía Duhalde", desestimó.

La nueva ronda de diálogo fue inevitable después de la última derrota electoral, pero prescindieron de la experiencia de los obispos. El resultado es, hasta ahora, una serie de monólogos, escenográficos e inconducentes.