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Una instancia racional en medio de tantos desvaríos
Por Joaquín Morales Solá para La Nación
25 de septiembre de 2009
Encerrado en Olivos, Néstor Kirchner se enteró en las últimas horas de que no habrá un mero paseo oficialista por el Senado para la aprobación de su polémico proyecto de ley de radiodifusión. Estalló. Culpó de ineficacia o de indiferencia a muchos de sus senadores. Puede perder o ganar una pequeña y efímera batalla. El regreso del proyecto a Diputados, por los cambios que le introduciría el Senado, parece ya inevitable.

Kirchner se resiste: instruyó a sus hombres en la Cámara alta para que el proyecto sea aprobado sin cambios el 7 de octubre. Ni un día más, mandó. Los números son rebeldes hasta ahora. Antes, también su esposa, la Presidenta, ordenó desde Nueva York que se rompiera un acuerdo entre senadores peronistas y radicales para que el proyecto fuera girado a cuatro comisiones en lugar de dos. Ese acuerdo entre legisladores ocurrió sobre el último fin de semana.

Cristina Kirchner lo volteó el lunes con declaraciones públicas en los Estados Unidos. No le sirvió de nada. Dos días después, el análisis del proyecto se ampliaba a cuatro comisiones. El viejo acuerdo se había restaurado. Legisladores del propio oficialismo defendieron la vigencia de aquel convenio interpartidario. No hay vueltas: el Senado es más insumiso que la Cámara de Diputados.

"Fui senadora y sé qué comisiones deben tratar cada proyecto", se había ufanado Cristina en Nueva York. Extraña pericia. Una de las comisiones que faltaban era la de Asuntos Constitucionales, cuando su proyecto podría vulnerar la libertad de expresión, los derechos adquiridos y hasta el derecho de propiedad. ¿No son esos derechos y garantías resguardados por la Constitución? Algunas preguntas resultan ya recurrentes: ¿para qué se obstina el matrimonio presidencial en apostar a todo o nada? ¿Por qué rompió aquel acuerdo, realista en última instancia, para persistir en una idea sin destino?

La explicación podría estar en los modos de gobernar. Encerrados y aislados, temidos más que respetados, los integrantes del matrimonio presidencial no reciben malas noticias hasta que éstas les explotan en sus narices. Había que pasar por las dos comisiones para llegar por último a las cuatro del principio. ¿Motivo? Había que conformar la voluntad de los Kirchner y dejar que la realidad explotara, sola e irremediable, en la cómoda casona de Olivos.

Sin empate
"Se ganará o se perderá. Esta vez no habrá empate", aseguró un senador oficialista raso, sin cargos ni honores. Varios senadores, que pertenecen a la tropa del peronismo, se irán el 10 de diciembre. ¿Están a favor o en contra del proyecto de ley de radiodifusión? Algunos de ellos no anticipan nada. "Déjenme estudiar el asunto", suele decir cada uno y calla. Los kirchneristas enferman de ansiedad. Kirchner pregunta desde Olivos. Cristina repregunta desde Nueva York o desde Pittsburgh. Frente a la Plaza del Congreso, los números vacilan, cambian y mudan.

Ningún número les garantiza, ni mucho menos, la aprobación completa del proyecto, tal como llegó de Diputados, por parte del Senado. Dos artículos están ya en franca minoría. Uno es el que establece un año de plazo para que los actuales conglomerados de medios se desguacen. "Desde el primer juez hasta la Corte Suprema de Justicia terminarán reconociendo los derechos adquiridos. ¿Para qué Néstor Kirchner les prorrogó las licencias a los canales de televisión por diez años si Cristina Kirchner condicionaría esas propiedades pocos meses después?", pregunta un senador de estirpe kirchnerista.

En última instancia, ¿por qué deberían ellos vulnerar derechos sabiendo que éstos prevalecerán, más pronto que tarde, en la Justicia?

El otro artículo se refiere a la conformación del órgano de control, claramente bosquejado para que lo termine controlando una mayoría oficialista. Los argumentos opositores son tan contundentes que el propio interventor del Comfer, Gabriel Mariotto, aceptó ayer en el Senado que el futuro organismo podría "democratizarse más". Mariotto les abrió las puertas a los cambios que los Kirchner siguen negando.

Los números son tan resbaladizos que el oficialismo no pudo aprobar el miércoles el proyecto de ley para aumentar el IVA a los productos tecnológicos, que beneficiaría a Tierra del Fuego. El proyecto no tuvo el necesario aval de las comisiones para pasar al recinto. Tiene sólo cinco firmas en las comisiones y necesita ocho. Por razones de principios, y no sólo de oportunidad, se negaron a firmar los peronistas Marcelo Guinle, de Chubut, y Guillermo Jenefes, de Jujuy. El Gobierno está detrás de ese proyecto, porque los senadores fueguinos condicionan su apoyo al proyecto de radiodifusión a la aprobación de aquella ley sobre productos tecnológicos. Nadie pudo hacer nada.

El más temido
Jenefes se convirtió en el senador más temido y odiado por el kirchnerismo puro; otros peronistas deslizan cierta admiración por él. Es el peronista que obligó al Gobierno a enviar a cuatro comisiones el proyecto. Kirchner ordenó que lo echaran de la presidencia de la Comisión de Comunicaciones y Libertad de Expresión del Senado. Ese cargo pertenece al bloque peronista, en efecto, pero nadie pudo conformar la voluntad vengativa del ex presidente.

El socialista Rubén Giustiniani adelantó también que votará en contra del artículo que fija sólo un año para el desguace de empresas. El socialismo no sólo recibió críticas externas, sino también internas. ¿Cómo pudo un partido con credenciales institucionales ignorar en Diputados que se estaba violando el reglamento sólo para esquivar en el Senado a Cobos, extrañamente aliado de los propios socialistas? No es la opinión de fondo lo que se les cuestiona a los socialistas, sino su indiferencia frente a los métodos abusivos del kirchnerismo.

Sea como sea, ésta es la segunda vez en poco más de un año que el Senado se está mostrando como una instancia racional en medio de tantos desvaríos. Su historia está llena de luces y de sombras, pero la necesidad de su existencia es comprobable cuando los que mandan sólo quieren vencer y devastar.