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"Invictus": Mandela, el rugby, la política y el apartheid
La nueva película de Clint Eastwood cuenta cómo Mandela logró transformar el rugby de los Springboks en un símbolo para unir a un país despedazado por el racismo
28 de enero de 2009
La historia, deportivamente sorprendente, es conocida por cualquier aficionado al rugby. Luego de casi tres décadas fuera de casi toda competencia internacional por la política racista del apartheid que regía en su territorio, Sudáfrica es admitida nuevamente en el mundo del rugby y es invitada a organizar la Copa Mundial de 1995.

Mientras todos daban como grandes favoritos a los All Blacks de Jonah Lomu o, en todo caso, a los australianos que defendían el título, los Springboks sudafricanos asombran al mundo fase tras fase, hasta el partido final, que ganan de manera agónica y dramática, en tiempo extra, por un escueto 15-12 sobre los neozelandeces.

Ese logro deportivo y su vinculación con la política de la naciente Sudáfrica post-apartheid que comandaba Nelson Mandela es la que cuenta "Invictus", la nueva película dirigida por Clint Eastwood, que tiene a Morgan Freeman en el papel del símbolo de la lucha contra el racismo y a Matt Damon en el rol de Francois Pienaar, capitán de aquellos Springboks de 1995.

El planteo de la película (basada en el libro del periodista inglés John Carlin) es que Mandela vio en el Mundial de Rugby una oportunidad histórica para consolidar su flamante gobierno y unir a un país dividido durante 40 años por el racismo bajo una misma bandera y un mismo slogan: "Un equipo, un país".

Hay que decir que los Springboks habían sido uno de los mayores símbolos de la discriminación étnica en Sudáfrica, al punto que la mayor parte de la población negra había mostrado siempre una gran antipatía por su seleccionado y concurría a las canchas para alentar a los rivales. Sin embargo, la decisión de Mandela fue respaldar en 1995 a ese equipo (en el que había sólo un jugador negro) y transformarlo en emblema de un nuevo país, un país sin diferencias raciales.

Hasta allí el argumento y la "historia real" que pretende contar. Ahora bien: uno de los problemas que los grandes "autores" plantean al espectador entrenado (y, por ende, al crítico) es que ante cada nueva obra, uno se ve obligado a enfrentar toda su carrera. Y nadie puede dudar de que Clint Eastwood es un gran autor, un gran director de cine.

Por eso, antes de que "Invictus" arranque, uno comienza automáticamente a rendir pleitesía a la trayectoria de Eastwood. Desde "Bird" hasta "Gran Torino", desde "Los imperdonables" hasta "Million Dollar Baby", desde "Los puentes de Madison" hasta "Jinetes del espacio", desde "Río místico" hasta "Cartas desde Iwo Jima". Bueno, en fin, son ya muchas las películas que ha hecho Eastwood desde que se reveló como un director importante.

Pero luego empiezan las dos horas "largas" de "Invictus". Y todo el bronce acumulado por Eastwood comienza a desvanecerse. Y es que "Invictus" debe ser (junto con "El sustituto") uno de los puntos más bajos de la obra de Eastwood.

Enumeremos "problemas" de este filme. 1) La postura ideológica es políticamente correcta, ingenua y superficial, y no se anima a meterse en serio con temas tan complejos como la "reconciliación" y el "perdón" en sociedades que vienen de cruentas matanzas por parte del Estado; 2) el estilo es apenas prolijo, pero un poco obvio, con abusos de la cámara lenta, sin riesgos ni hallazgos; 3) los diálogos son poco creíbles tanto cuando los personajes hablan de política como cuando hablan de rugby (cualquier político y cualquier rugbier se darán cuenta de eso).

Si a todo esto le sumamos que, encima, casi todo el mundo sabe cómo termina la película porque está basada en un hecho real, ni siquiera nos queda el aliciente del suspenso.

Pareciera que hay dos Eastwood. Como una moneda, siempre vale lo mismo (siempre habla de lo mismo: la violencia y la redención), pero tiene dos caras distintas. Una conmociona y lo erige en un prócer viviente del cine. La otra decepciona, desconcierta. Esta última es la que vemos en "Invictus".