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24 de abril de 2024
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Destino Sudáfrica: Centenario, la guerra del Río de la Plata
La primera final de la Copa del Mundo, en 1930, fue una batalla campal. Clima hostil y una aterradora idea en el aire: “De aquí botijas, no sale nadie vivo”
13 de marzo de 2010
Por Roberto Aguirre Blanco

Era la final esperaba. Las mejores selecciones de fútbol del planeta llegaban a la primera final de la Copa del Mundo de 1930. Uruguay y Argentina y la batalla estaba garantizada.

Más de 15 argentinos intentaron cruzar el Río de La Plata para acompañar a los “albiceleste” muchos sin entradas y con el solo afán de “hacer el aguante” en las adyacencias del estadio Centenario. Los barcos tuvieron que volverse por fuerte tormentas.

De todas formas cinco mil había logrado ingresar a un estadio que era una olla a presión con más de 40 mil uruguayos sedientos de título mundial y que quería ganarlo: fuera como fuese.

La historia dice con mucha claridad: ningún tipo de torneo mundial, sudamericano o evento especial de naciones organizado por Uruguay lo perdió en su casa.

El astro Carlos Gardel, muy pragmático él, el día anterior estuvo cantando en las concentraciones de ambas selecciones que velaban sus armas futbolísticas de cara la gran choque.

La primera escaramuza fue la decisión con que pelota se jugaba la final: los argentino quería una habitual para ellos, más liviana de tiento, y los locales otra mucho más pesada.

El árbitro belga Langenus, más preocupado por volver en barco a su país y no nadando, tomó una decisión salomónica: un tiempo con cada pelota.

El primer tiempo –con pelota elegida por los argentinos—los visitantes terminaron ganado 2 a 1 luego de revertir un inicio favorable a los uruguayos.

Al llegara los vestuario la victoria parcial no era lo más disfrutable para los argentinos que miraban de reojo s cientos de soldados que “custodiaban” el perímetro de la cancha con las bayonetas en sus armas.

“Estos no quieren calar como sandías” dijo en el vestuario Carlos Peucelle, una de las figuras nacionales, mientras la reingresar al campo de juego, el capitán Luis Monti le dijo por lo bajo a su compañeros: “Muchachos, me tienen marcado no salgo vivo de acá. Jueguen ustedes”.

El único sobreviviente de aquella final, Francisco Varallo, ya centenario, comentó alguna vez: “Tenía 19 años era muy joven. Vi compañeros muy asustados, el clima era muy hostil. A mi, el capitán de ellos Nasazi me pegó para que me duela hasta hoy y me dijo: botija, no jodás que eres muy joven para morir”.

En la segunda etapa, Uruguay fue una tromba hizo tres goles y logró, con la pelota más pesada, la primera Copa del Mundo con la ya famosa “fuerza charrúa”.

Ya se sabe, en las tierras de Benedetti y Galeano, en el fútbol, al que “quiera celeste, que le cueste”.