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Estreno de la semana: Harry Potter crece demasiado rápido
La quinta película en la saga del mago creado por J.K. Rowlings presenta a un protagonista atormentado, al que no le dan tiempo para desarrollar sus conflictos
11 de julio de 2007
Por Sebastián Martínez

“Harry Potter y la Orden del Fénix” es el quinto libro en la saga creada por J.K. Rowling que puntillosamente viene siendo trasladada al cine desde hace seis años. Este “capítulo” en la vida del precoz mago británico tiene una peculiaridad: es el más extenso de todos los que, hasta el momento, han llegado desde la pluma de Rowling hasta las librerías de todo el mundo.

Cuando decimos “extenso” no lo decimos por capricho. En su versión en castellano, la quinta entrega de la saga literaria más vendedora de la actualidad tiene nada menos que 893 páginas. Todo un volumen de papel ha necesitado Rowling para narrar este complejo año lectivo en la vida de su fructífera criatura.

Esta introducción no es arbitraria. La película que intenta plasmar en celuloide esas casi 900 páginas del libro es, curiosamente, la más corta de toda su estirpe. El filme “Harry Potter y la Orden del Fénix” tiene “apenas” 138 minutos y queda muy lejos de las casi tres horas que ostentan todas sus antecesoras.

Nadie sabe la causa de esa decisión. Quizás algún cráneo experto en mercadotecnia haya sugerido que los preadolescentes no soportan filmes de más de dos horas y media. Quizás es, simplemente, falta de destreza narrativa. Lo cierto es que es muy difícil “meter” 893 páginas en 138 minutos. Y eso se le nota a esta película dirigida por David Yates, quien también tendrá a su cargo la sexta entrega de la saga.

Habrá, sin embargo, que reconocerle a Yates algunos aciertos. La estética de “Harry Potter y la Orden del Fénix” es acertada: oscuridad, algo de desolación y crudeza. No es por el lado de la fotografía ni (por supuesto) de los efectos especiales por donde se deben buscar los defectos de esta película.

Los actores, por su parte, saben bastante bien qué es lo que hay que hacer delante de cámara. Por un lado, están los “monstruos”: Emma Thompson (profesora Trelawney), Alan Rickman (profesor Snape), Maggie Smith (profesora McGonagall), Gary Oldman (Sirius Black), Ralph Fiennes (Lord Voldemort) o Michael Gambon (Albus Dumbledore). Nadie les va a decir a estos señores del cine y el teatro cómo actuar. Y también están los jóvenes Daniel Radcliffe (Harry Potter), Emma Watson (Hermoine Granger), Rupert Grint (Ron Weasley) y compañía, que a esta altura ya aprendieron lo suficiente para no desentonar.

Es decir, el encuadre es bueno, la fotografía es excelente y el reparto es más que solvente. Lo que falla, entonces, es otra cosa. Si escarbamos un poco, adivinaremos de qué se trata: lo que falla es la adaptación. Pero para notar eso, primero debemos entender de qué trata esta película.

Harry Potter llega a estas instancias después de haber vivido experiencias por demás traumáticas. Lo han querido asesinar innumerables veces, pero es recién en el final del cuarto tomo de la saga en que alguien muere a su lado, en el medio de esa batalla entre el bien y el mal que plantea la escritora británica. Quiero decir: el clima está cargado desde el inicio de esta película.

¿Y qué sucede después, en esta quinta película? Primero, intentan matar a Potter en los suburbios de Londres. Después, es sometido a un juicio del que zafa por poco. Al rato, encabeza una rebelión en su colegio. Más tarde, se enamora de la novia de un amigo que ya está muerto. Luego, debe rendir el examen académico más difícil de su vida. Un poco más tarde, descubrirá que su padre no es aquel ser idealizado que él imaginaba, sino alguien con desagradables defectos. Y, finalmente, verá morir a alguien muy cercano.

Desarrollar esta cantidad abrumadora de conflictos que debe atravesar nuestro adolescente hechicero le llevaron, como decíamos antes, 893 páginas a Rowling. Quién sabe por qué, el director Yates los quiere liquidar en menos de dos horas y veinte minutos. El resultado: “Harry Potter y la Orden del Fénix” es un filme comprimido, con una velocidad que va en desmedro de la profundidad, con tantas aristas sin pulir que nada de lo que ocurre termina de ser asimilado no ya por el espectador, sino por los propios personajes.

Los seguidores de Potter, aquellos que devoran sus libros y que no respirarán hasta que salga a la venta el séptimo y último de la saga, no quedarán conformes con el filme. Aquellos que lleguen a las salas sin haberlos leído, posiblemente se pierdan lo mucho o poco que esta exitosa historia de magia y crecimiento tiene para ofrecer.