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Estrategias para mantener la lucidez a edad avanzada
17 de febrero de 2011
La llamada “lucidez, esa capacidad que nos permite continuar razonando y expresando lo que pensamos de manera adecuada, depende de la preservación de, las capacidades cognitivas -el lenguaje, el juicio, la inteligencia, la atención, la ubicación espaciotemporal, la memoria, la capacidad visoespacial, que debe mantenerse casi sin modificaciones hasta edades avanzadas”– A nivel neuronal la capacidad cognitiva, depende de la capacidad dinámica de las células nerviosas de establecer conexiones, llamadas “sinapsis”. Cuando se es más joven, la dinámica de formación de sinapsis es mayor.

“Está demostrado que cuanto más activas se mantengan las capacidades cognitivas durante la juventud (mediante el estudio, la actividad social, el juego y todo aquello que estimule el ejercicio de la inteligencia y la salud mental), mayores serán las conexiones sinápticas que se establecen, y mayores son las chances de tener una buena capacidad cognitiva a medida que se avance en edad”– explica el Dr. Moisés Schapira, Director Médico de Hirsch, Centro de Excelencia para Adultos Mayores y Rehabilitación y especialista en Medicina Familiar y Gerontología.

Pasados los 65 años, señala, “deben buscarse actividades que permitan preservar las funciones remanentes y ejercitarlas, pero es muy difícil recuperar una función cuando se ha perdido por completo”. Por eso es fundamental estar atentos a las posibles señales de deterioro, diferenciar situaciones “normales” acorde a la edad, de aquellas que representan algún grado de declinación, y recurrir a actividades y tratamientos capaces de minimizar el deterioro cognitivo.

¿Cuánto pesan los años?
El enlentecimiento de los movimientos y de la marcha o los olvidos son señales típicas del paso de los años. “Efectivamente hay cierta disminución de capacidades propias en la senectud como algunos olvidos o la dificultad para recuperar nombres propios”, indica el Dr. Schapira. Pero existe un nivel de deterioro al que es necesario prestar más atención, y son los del llamado “deterioro cognitivo leve”.

En realidad, indica el especialista, “son mal llamados leves, porque de estos casos, entre un 8 y un 16 por ciento evolucionan hacia demencia en un período de 2 años”.
Los síntomas, explica, “dependen de la persona, así como de la causa del deterioro y de las funciones afectadas”. Puede tratarse de un trastorno amnésico (pérdida de la memoria), afásico (Pérdida del lenguaje) o múltiple. El juicio, la orientación o la capacidad visoespacial pueden verse afectados también. Esta última, por ejemplo, se identifica cuando la persona, no puede reproducir una determinada figura o una forma geométrica.

Es en el entorno de la persona donde existe la mayor facilidad para detectar estos trastornos ya que es posible comparar las capacidades actuales con las que el paciente tenía a una edad más temprana.

Otro de los puntos centrales, agrega Schapira, es el cuidado integral de la salud cardiovascular, ya que los factores de riesgo vasculares –la hipertensión arterial, la diabetes, el colesterol alto, el tabaquismo o la falta de actividad física– incrementan también el riesgo de deterioro de las células del sistema nervioso.

Incluso aumentan el riesgo de padecer demencia, es decir: una caída severa del potencial cognitivo de la persona respecto de cuando era más joven. La enfermedad de Alzheimer es el ejemplo prototípico.

La salud cardiovascular está estrechamente vinculada con la vitalidad de las neuronas y con su capacidad para establecer sinapsis; con el envejecimiento –y muy especialmente por enfermedades cardiovasculares se observan déficits que remedan formas aceleradas de envejecimiento con lo que se incrementa el riesgo de deterioro cognitivo.

Un fantasma tan temido
La prevalencia del mal de Alzheimer, una enfermedad neurodegenerativa progresiva, es similar en todo el mundo desarrollado –se acerca al 11% de la población mayor de 80 años–, y crece al ritmo del envejecimiento poblacional. Es de origen genético sólo entre un 1 y un 5% de los casos, y es más frecuente desde los 65 años en adelante, edad a partir de la cual el riesgo se duplica cada 5 años . Pero las demencias vasculares y la enfermedad de Parkinson son otras de las frecuentes causas de pérdida cognitiva progresiva.

Mantenerse en actividad –en todos los sentidos en que sea posible– y recibir los cuidados necesarios, con el adecuado control clínico de los factores de riesgo crónicos, son la llave que permite preservar las capacidades cognitivas. Detectar los posibles deterioros, indica el especialista, es muy importante porque permite trabajar con las capacidades remanentes, es decir las que no se han perdido.

En la última década fueron presentados notables descubrimientos en el terreno de la fisiología neuronal y de cómo las funciones del cerebro se corresponden con determinadas redes neuronales (neuroplasticidad).

“Estos conocimientos orientan los nuevos tratamientos de neurorehabilitación”, señala Schapira.

Apuntan, en primer lugar, a evitar o retrasar la pérdida de redes neuronales, con diversas herramientas que pueden incluir desde ejercicios para mantenerlas en actividad hasta fármacos, siempre dependiendo de la causa que genera la pérdida ya que, “no existe un tratamiento preventivo cuya eficacia esté suficientemente demostrada”.

Pero sí es posible que la persona potencie las capacidades que conserva y se adapte a su nueva situación, razón por la cual en Hirsch tenemos como premisa que la clave de la rehabilitación se centra en estimular las funciones remanentes.

En las personas con demencia vascular –la ocurrida por ACV, por ejemplo– la posibilidad de recuperación descansa en la resiliencia de las áreas cerebrales que no han sido dañadas por la falta de irrigación sanguínea, señala la Lic. Miriam Cohn, jefa del Servicio de Terapia Ocupacional de Hirsch: “La capacidad de recuperación depende mucho de la persona y de su caso particular, y en este proceso es fundamental el compromiso del paciente con la tarea que está realizando, porque nosotros podemos guiarlos, pero el 90 por ciento lo ponen ellos. Si no se involucra, no hará grandes avances.

Usar una agenda, no dejar que otro haga por el paciente lo que éste puede hacer sólo, efectuar ejercicios de asociación de imágenes, palabras cruzadas u otro tipo de juegos de ingenio, mantienen a la persona entrenada y en mejor estado. “En el área social hay una gran cantidad de trabajos en los que se investiga qué factores ayudan y cuáles perjudican, pero no son aplicables universalmente porque todo depende de cada paciente, de su modo de vida, de su estado clínico, de sus factores de riesgo”, aclara la especialista.

El tratamiento de enfermedades de base como la hipertensión y la diabetes también forma parte de la estrategia de preservación de las capacidades cognitivas. Algunas representan factores de riesgo bien concretos que deben guiar al especialista acerca de la estrategia de prevención más conveniente.

Según el ejemplo que da el Dr. Schapira, “en pacientes con fibrilación auricular, una arritmia que afecta al 20% de los mayores de 65 años, un 7,2% por año tiene un ACV –con el consiguiente riesgo de daño neurológico o incluso de muerte– si no utiliza un tratamiento anticoagulante”.

Un estudio dado a conocer en agosto pasado en el journal Diabetologia , y realizado en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York, señala que incluso los adolescentes que tienen diabetes tipo 2 existe un riesgo de disminución temprana de las capacidades cognitivas.

En cuanto a la enfermedad de Alzheimer, existen tratamientos farmacológicos específicos, como los inhibidores de la acetilcolinesterasa (rivastamina, galantamina, donepecilo) o la memantina, pero como explica el Dr. Schapira, “no son tratamientos preventivos, y la mejoría cognitiva no ha sido observada en pacientes con enfermedad de Alzheimer, sino que tal como se ha demostrado en diferentes estudios clínicos, disminuyen la progresión de la enfermedad respecto de los pacientes que no reciben tratamiento y permiten preservar el desempeño cotidiano”.

De modo que mantener la actividad en la medida en que sea posible, recibir una atención y ayuda de la familia y de profesionales específicamente entrenados, un diagnóstico y tratamiento correcto de las enfermedades de base y ejercitar la autonomía centrándose en las capacidades y no en las discapacidades, resultan ser las formas de optimizar las funciones cognitivas cuando los años o algún otro factor viene mermándolas.