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La Hipertensión arterial puede dañar el cerebro
12 de mayo de 2009
Tener altos valores de presión arterial representa peligros reales y potenciales para el corazón, las paredes de las arterias, los riñones y el cerebro. Respecto de este último, lo comúnmente sabido (y que nadie debería dejar de saber) es que las personas hipertensas tienen un alto riesgo de sufrir, de repente y sin más aviso que esa “presión alta”, un accidente cerebrovascular (stroke). En caso de no ser directamente fatal, el stroke puede provocar un daño neurológico irreversible, cuyas secuelas pueden ser una parálisis total o parcial, o una severa merma cognitiva tal como la pérdida del lenguaje (afasia).

Pero tal vez es menos sabido que la quinta parte de quienes padecen hipertensión arterial (HTA) pueden ir sufriendo un daño progresivo de la capacidad cognitiva a través de mini-infartos cerebrales asintomáticos: la persona no los nota, pero hacen que el cerebro vaya deteriorándose prematuramente en sus funciones. Y aunque no hay estadísticas precisas a nivel nacional, estudios hechos en las ciudades de La Plata, General Belgrano, Rosario, Rauch y Córdoba, sobre muestras aleatorias de población no seleccionada de más de 15 años, “mostraron altas prevalencias de hipertensión arterial, superiores al 30 por ciento”, según asegura el presidente de la Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial (SAHA), doctor Horacio Carbajal.

Y justamente en la población con mayor riesgo, que es la de mayor edad, más de la mitad serían hipertensos.

“Mediante resonancia magnética nuclear del cerebro se describen en personas con HTA mal controlada, pequeñas lesiones blanquecinas que se ubican alrededor de los ventrículos denominadas leucoaraiosis, así como micro infartos lacunares que indican que los vasos más pequeños y profundos que irrigan el cerebro se estan obstruyendo por cambios en la elasticidad y en el espesor de sus paredes ”, explica el doctor Alberto Ré, presidente del Comité Organizador del XVI Congreso Argentino de Hipertensión Arterial, organizado por la SAHA, que sesionará en el Jockey Club Multiespacios de la ciudad de La Plata entre el 14 y el 16 de mayo próximos.

La hiperetensión arterial mal controlada hace que las arterias se vuelvan más rígidas, aumenten el espesor de sus paredes y reduzcan la luz interior, que es el espacio que permite a la sangre circular. Al llegar menos sangre a las células del cerebro se deteriora su oxigenación, y esto sería la principal causa de los llamados infartos lacunares, es decir: infartos cerebrales muy pequeños que, sin ser advertidos por el paciente, van produciendo una suerte de daño neurológico “por cuotas”, con el consiguiente deterioro prematuro e irreversible de las capacidades cognitivas.

“Esto sucede en un 20 por ciento de las personas hipertensas con mal control de las cifras de de su presión arterial”, señala el doctor Ré.

El neurólogo canadiense David Spence, del Robarts Research Institute, y el argentino Oscar Benavente, de la Universidad de Texas (San Antonio, EE.UU.), serán algunos de los invitados que expondrán en el Congreso los últimos adelantos sobre daño cerebral producido por HTA.

Pero este será sólo uno de los temas, ya que este Congreso tendrá como característica el tratamiento integral de todo lo relacionado con la HTA: sus aspectos epidemiológicos, clínicos y terapéuticos en cada sector de la población, desde las mujeres embarazadas, los niños y jóvenes hasta las personas añosas y con enfermedades que incrementan su riesgo asociado, como la diabetes, las dislipidemias, la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo o la insuficiencia renal crónica.

Los infartos lacunares o “microinfartos” cerebrales fueron descriptos por primera vez en Francia alrededor de 1901 por Pierre Marie, aunque hasta 1965 no hubo pruebas de su asociación directa con la HTA. Estos microinfartos, señala el profesor Benavente, “son responsables de aproximadamente del 30 por ciento de todos los infartos cerebrales y es la causa mas frecuente de demencia vascular”.

El efecto de los infartos lacunares es acumulativo, explica, especialmente en lo que respecta al deterioro cognitivo, y la recurrencia anual –es decir, la posibilidad de sufrir un nuevo miniinfarto antes de un año de haber tenido un primero– está estimada entre un 6 y un 7 por ciento.

“Hasta el momento no esta claro si estos infartos deben ser tratados de manera diferente a los otros”, puntualiza. Tampoco está claro si existe un ‘valor de presión al cual ocurrirán”: “Solo sabemos que la mayoría de ellos están asociados a hipertensión arterial y que valores mas altos de ésta predispondrían mas a sufrirlos”.

El doctor Benavente es el investigador principal del estudio SPS3, actualmente en curso, en el cual se está tratando de responder la pregunta sobre los valores más seguros de presión después de un infarto cerebral.

El stroke, 80% prevenible
En cuanto al infarto cerebral mayor, el más temido, el canadiense David Spence asegura que “aún en los pacientes con más alto riesgo, el 80 por ciento de los strokes pueden ser prevenidos”. El trabajo de este neurólogo canadiense se basa en la evaluación del impacto de cada tipo de intervención sobre los factores de riesgo de accidente cerebrovascular.

Así, según lo determinó, dejar de fumar puede reducir un 50% al cabo de 6 meses el riesgo de stroke; la “dieta mediterránea” –una alimentación basada en verduras crudas, aceite de oliva, frutos secos y otros productos típicos de esa región europea– lo reduce un 60%, pero en 4 años; y el control de la presión arterial puede reducir a la mitad el riesgo en 3 años. El tratamiento quirúrgico de la estenosis carotídea provoca una reducción del 67% en 2 años, 50% en un año los anticoagulantes y 30% en 4 años los hipolipemiantes, en un nivel similar al de la vitamina B12.

En las personas de más de 70 años suele verse leucoaraiosis de todas maneras aunque no sean hipertensas. Pero este es un problema que no se da en las personas de 50 años de edad sin HTA, y sí en un porcentaje elevado de aquellas con presón alta, lo cuál podría constituir un potente predictor de la ulterior incidencia de ACV y de deterioro prematuro de las capacidades cognitivas. En consecuencia, señala el doctor Ré, “Se ha acumulado evidencia suficiente y en los próximos meses esta será mayor, para considerar que manteniendo la presión arterial dentro de cifras bajas, podría reducirse el daño cerebral que precozmente produce la hipertensión arterial”.

“El aumento de la expectativa de vida observado en las últimas décadas y el progresivo incremento de la presión arterial sistólica con la edad han provocado una epidemia de hipertensión arterial en el anciano, y este es uno de los grandes desafíos de hoy para la salud pública”, apunta Ré.

Los valores de presión sistólica (máxima) y diastólica (mínima) que se consideran “normales” son, respectivamente, 120 y 80 milímetros de mercurio [mmHg]. A partir de esos valores y aún antes, a medida que aumenta la presión, aún a cifras bajas, el riesgo aumenta, señalan los especialistas. Pero el control de la enfermedad en la Argentina, según Ré “es bajo”, ya que “no más de 15 de cada 100 hipertensos tiene su presión controlada, como consecuencia del tratamiento, por debajo de 140 y 90 milímetros de mercurio, mientras que en Estados Unidos, entre los años 2003 y 2004, se encontraba controlado el 33 por ciento de los hipertensos”.

Pero no hay una regla uniforme para todos. Una persona con diabetes, por ejemplo, tendrá con los mismos valores de presión arterial un mayor riesgo que una persona sin diabetes con el mismo valor de presión arterial. Si para un paciente sin otros factores de riesgo los valores de presión para iniciar un tratamiento farmacológico son 140-90 [mmHg], para un paciente diabético los valores de referencia serán más bajos: 130-80 [mmHg].

“Y si además tiene proteinuria alta u otro marcador de enfermedad renal crónica, tiene que empezar cuando tiene 125-75 [mmHg]”, añade Ré.

El presidente del Comité Organizador del Congreso recalcó que “reducir las cifras de presión arterial únicamente, sin intervenir sobre los otros factores de riesgo cardiovascular, no es suficiente para reducir la morbilidad y la mortalidad producidas por un accidente cerebrovascular o un infarto de miocardio”. También la edad es un factor a tener en cuenta para saber más exactamente qué grado de riesgo representan realmente para cada uno sus valores de presión arterial.

Los riesgos del stroke
Perder la fuerza en una de las extremidades o dejar de ver, de repente, de uno de los ojos (amaurosis) puede ser síntoma de un accidente cerebrovascular. Y aunque al cabo de unos minutos, todo puede volver a la normalidad, es un error no concurrir inmediatamente al médico, porque este evento puede haber sido un “aviso” de otro episodio más grave, que puede ser fatal o incapacitar a la persona de por vida.

Las 48 horas siguientes serán de gran importancia para evitar un nuevo stroke. “Cuando la persona llega a la sala de urgencias por este motivo - remarca Ré - los médicos deberán realizarle una tomografía cerebral, y si esta revela un accidente isquémico (es decir, por obstrucción de una arteria y no por una hemorragia) es necesario efectuarle un tratamiento para evitar que sus plaquetas se agreguen, controlar las variaciones de su presión arterial y suministrar un fármaco que reduzca sus lípidos”.

El doctor Ré consideró “de vital importancia” que a través del congreso que se realiza en mayo, esta información esté disponible “especialmente a los médicos generalistas y de atención primaria, y no solamente a los especialistas”.

La clave para reducir la morbilidad asociada a la HTA es reducir el riesgo cardiovascular global mediante hábitos de vida saludables, asociados cuando es necesario a tratamientos farmacológicos prolongados, para lograr un control sostenido en el tiempo, capaz de prevenir la posibilidad de vivir con severas discapacidades durante gran parte de la vida, que es uno de los grandes riesgos a que expone un accidente cerebrovascular.