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26 de abril de 2024
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Por Sebastián Martínez
“Premonición”: terror a la japonesa
26 de julio de 2006
En 1996, el estadounidense Wes Craven filmó “Scream” y envió un claro mensaje a los ejecutivos de Los Angeles: el cine de terror ya había llegado a un límite. No más “pesadillas”, no más “martes 13”, no más “halloweens”. En definitiva, no más motosierras, hachas y sangre chorreando de las pantallas, para asustar a un público que ya buscaba otra cosa. A partir de entonces, habría que encontrar nuevas fórmulas si se quería salvar a un género agonizante. Desde entonces, Hollywood intentó algunas pocas variantes originales, entre las que vale la pena destacar la artesanal “El proyecto Blair Witch”, de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez (1999), y las intervenciones de Night Shyamalan con “Sexto sentido” (1999) y “La aldea” (2004).

Pero el gran hallazgo de Hollywood, mientras la saga de “Scary movie” ya parodiaba abiertamente las películas insignia del género, fue cruzar el océano Pacífico y posar sus ojos en el cine del Lejano Oriente. Lo que encontraron fue un filón: el J-Horror o “terror japonés”, esa serie de películas pergeñadas por una generación de directores jóvenes que tenían todo el potencial para revitalizar la herida industria del miedo. De este modo, comenzaron a popularizase títulos como “Ringu” (1998), de Hideo Nakata, y “Ju-On” (2000), de Takashi Shimizu. Por supuesto, en virtud de las reglas de esta industria globalizada, ambos filmes serían más famosos entre nosotros tras sufrir sus respectivas adaptaciones, ser re-filmadas en los Estados Unidos y llegar a las pantallas argentinas como “La llamada” (de Gore Verbinski, 2002) y “El grito” (del propio Shimizu, 2004).

Detrás del fenómeno del J-Horror hay dos nombres clave. Uno es el productor Takashige Ichise, verdadero cerebro del movimiento y principal impulsor de las películas de terror japonesas. El segundo nombre es el director Norio Tsuruta, quien impuso el tono de estos filmes desde su señero programa de la televisión japonesa “Las verdaderas historias de terror”. Ambos nombres se han reunido de nuevo, bajo las alas del proyecto “The J-Horror Theatre” (una serie de seis películas de terror), para alumbrar “Premonición”, uno de los más recientes productos de la factoría oriental del pánico.

El filme, de poco más de 95 minutos, tiene todos los condimentos característicos del terror japonés. Esencialmente, cumple las dos reglas de oro del J-Horror. Primero: siempre habrá alguna historia familiar truculenta y trágica que sustentará el argumento. Segundo: lo inexplicable, aquello que aterrorizará al espectador, sólo será justificado y nunca explicado. Detrás de lo sobrenatural habrá siempre otros elementos igualmente enigmáticos, más terror detrás del terror. Nunca la tranquilizadora racionalidad.

¿De qué trata “Premonición”? El profesor Hideki Satomi viaja plácidamente de regreso a Tokio junto a su hermosa esposa y su hija de cinco años. En medio de la ruta, la feliz familia detiene su marcha junto a una cabina telefónica, para que el académico pueda conectar allí su computadora portátil y enviar algunos archivos por correo electrónico. Mientras el profesor Satomi espera a que la conexión se complete, descubre un recorte de periódico debajo de la guía telefónica. Al leerlo, descubre que allí se anuncia la muerte de su propia hija, que lo espera en el automóvil. Repuesto de la angustiante sorpresa, sale de la cabina para alertar a su familia sobre su sobrecogedor hallazgo, pero ya es tarde. Un camión con acoplado arrolla el automóvil, que explota con la niña en su interior. La muerte de la pequeña Nana, a la que luego se suma el divorcio de sus padres, ya nos entrega el primer condimento infaltable del J-Horror: la familia devastada por la tragedia.

A partir de allí, comienza la acumulación de fenómenos paranormales. El misterioso diario que publica todo tipo de catástrofes y crímenes antes de que ocurran, una mujer que ve el futuro y lo imprime en borrosas Polaroids, un hombre encerrado que predice lo que sucederá y lo escribe desesperadamente en las paredes de un neuropsiquiátrico, o un abogado cubierto de pústulas en su intento por torcer el destino. Ningún elemento de esta película queda dilucidado; cada paso por comprender lo que ocurre abre nuevos interrogantes.

Hasta cierto punto, y en cuanto a climas y texturas se refiere, Tsuruta adscribe aquí a la escuela estética japonesa, ésa que tan bien le sientan a las películas más minimalistas, sin énfasis ni brusquedades, sin efectismos ni grandilocuencias. Esa estética que le da tanto estilo a películas sangrientas y descarnadas como “Audición” (Takashi Miike, 1999) o “Batallón real” (Kinji Fukasaku, 2000). Pero a mitad de camino, Tsuruta extravía el rumbo y tropieza con algunos clichés visuales que terminan transformando “Premonición” en un híbrido. J-Horror, pero sin sobriedad. Quizás sea por su origen: el filme está basado en el cómic japónes “El periódico del terror”, de Jiro Tsunoda. Quizás sea, simplemente, que ésta es una película que se esfuerza demasiado por agradar a Occidente y, en el esfuerzo, pierde su identidad.

Si alguna “premonición” se puede realizar después de ver el filme es que al cine de terror japonés también le llegó su hora, la hora de empezar a explorar nuevos caminos si quiere conservar el favor del público.