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Por Sebastián Martínez
"Noches mágicas de radio": coral y deliciosa
20 de diciembre de 2006
Lo primero que hay que hacer con “Noches mágicas de radio”, que se estrenará durante febrero, es fijarse en los nombres propios, esos apellidos que aparecen en los créditos. Debe prestarse atención porque son muchos y luminosos. Mencionemos sólo algunos: Robert Altman, Garrison Keillor, Meryl Streep, Kevin Kline, Lindsay Lohan, Tommy Lee Jones, John C. Reilly, Lily Tomlin, Virginia Madsen.

Entre tanta celebridad, empecemos por el director: Robert Altman. El realizador fallecido hace sólo un mes se despide del mundo con “Noches mágicas de radio” y cierra así una obra coherente, atractiva y novedosa no tanto desde lo técnico o lo temático, sino desde lo narrativo.

Altman es uno de esos directores que encontró, posiblemente con “MASH”, allá por 1970, una forma de contar, un estilo de estructurar sus historias y, una vez que lo hizo, se aferró a él para no abandonarlo casi nunca.

¿En qué consiste la forma de narrar de Altman? Es fácil de detectar. Piénsese en “MASH”, en “Gosford Park”, en “Pret-a-Porter”, en “Ciudad de ángeles”, incluso en “Las reglas del juego”. Quien haya visto éstas u otras de las tantas películas que Altman dejó en su más de 80 años de vida, descubrirá cuál es su sello personal.

Podría decirse que Altman creó un género: los filmes tradicionales, pero sin protagonistas. Sus mejores películas son esas historias donde todos los personajes se van disputando la primacía, se van prestando el derecho a resaltar en la pantalla sobre los demás, hasta conformar una obra única, coherente, de un poder de observación delicioso y siempre disfrutable.

“Noches mágicas de radio” no es la excepción. No asistimos aquí a la historia de tal o cual personaje, sino a una trama colectiva, donde un grupo de seres empuja un relato que los involucra a todos. Se trata de la historia de una compañía radiofónica que, luego de tres décadas de éxitos, se enfrenta al anunciado y triste final de su ciclo. Para el programa radial, uno de esos que ya no se escuchan a menudo, realizado en vivo, con músicos en escena, efectos de sonido, números de variedades y anunciantes descabellados, ha llegado la hora de despedirse.

El 95 por ciento de los 105 minutos del filme se desarrollará durante esa última presentación de “A Prairie Home Companion” (tal el nombre del show radiofónico), que se realiza en un teatro, ante el público y con la inminente liquidación de la emisora a la vista.

Y es aquí donde vale la pena detenerse en un segundo nombre propio, tal vez no tan familiar para los argentinos, pero que en Estados Unidos es reverenciado desde hace décadas. Se trata de Garrison Keillor, un hombre de radio y forjador de la cultura norteamericana que conduce desde hace muchísimos años, en el mundo real, un programa llamado, tal como lo refleja el filme, “A Prairie Home Companion”.

El programa del veterano Garrison Keillor, quien en la película se interpreta a sí mismo y prácticamente logra opacar a un elenco multiestelar, sigue siendo aún hoy en día escuchado por cuatro millones de estadounidenses y es retransmitido a Irlanda, Australia y Nueva Zelanda. En 1987 se retiró de aire, pero dos años más tarde regresó y volvió a posicionarse al tope de los ratings de audiencia radial.

Si nos demoramos en una descripción tan minuciosa de Keillor es porque vale la pena para comprender el filme. Este hombre no sólo actúa de manera sobresaliente en la película, sino que es su guionista y, en definitiva, todo trata de él, de su vida y de su programa de radio.

Al resto lo conocemos de sobra y ninguno decepciona. Meryl Streep y Lily Tomlin son dos hermanas que encantan a la audiencia con canciones del medio oeste americano, la joven Lindsay Lohan es la depresiva hija de la primera que escribe poemas sobre el suicidio, Woody Harrelson y John C. Reilly son dos vaqueros con sombrero y botas que alternan chistes malísimos con imposibles “solos” de guitarra, Kevin Kline es un encargado de seguridad que vive dentro de un policial negro que parece escrito por Mr. Bean.

Quienes quizás lleven la peor parte son Virginia Madsen y Tommy Lee Jones. Dos actores enormes, cuyos personajes desentonan aquí levemente en la aceitada maquinaria ideada por Altman y Keillor. Ella es una misteriosa dama que le da al relato un tono sobrenatural que no termina de calzarle bien. Él, un imperturbable liquidador que viene a terminar con el sueño de todos.

Pero, en definitiva, los pocos defectos de “Noches mágicas de radio” no alcanzan para eclipsar el brillo de sus figuras, que moldean una fábula coral e irrefutablemente norteamericana, que rescata la magia de los “viejos tiempos”, al ritmo de baladas del Mississipi y el encanto de la antigua bohemia de la radiofonía.