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16 de abril de 2024
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Por Sebastián Martínez
"La maldición de la flor dorada": Shakespeare vía Beijing
20 de junio de 2007
La tradición dice, al parecer, que el noveno día del noveno mes del calendario chino se realizan las celebraciones del Festival del Cristantemo. Y la liturgia indica que este festejo tiene como propósito para regocijarse en la perfección de las leyes del Cielo y de la Tierra, que se reflejan en la armonía de las familias.

Bueno, olvídense. Si justamente algo falta en “La maldición de la flor dorada”, que con un costo de 45 millones es la película más cara de la historia de China, es armonía familiar. No hay ni una pizca de bienestar en la familia imperial y disfuncional que protagoniza esta gran superproducción china dirigida por Zhang Yimou, el mismo de “Héroe” y de “La casa de las dagas voladoras”.



El elenco es multiestelar, aunque quizás en este lejano rincón del mundo los espectadores apenas lleguemos a reconocer a Yun-Fat Chow, la gran figura del actual cine chino, quien ha hecho algunas incursiones en las pantallas occidentales, como en la reciente “Piratas del Caribe: en el fin de mundo” o en “Ana y el rey”, de 1999.

Por estos pagos, “La maldición de la flor dorada”, que está basada en una obra teatral china de la década del 30, remitirá a los espectadores más al teatro isabelino que a la tradición oriental. Toda la historia está estructurada de tal modo que nos irá recordando pasajes de “Rey Lear” o incluso de “Hamlet” antes que a la historia del gran imperio del Lejano Oriente.

La cuestión es así. Estamos en el siglo VIII DC y China es gobernada por un despótico tirano, el emperador Ping, quien se ha casado en segundas nupcias con la joven princesa Fénix. El monarca tiene un hijo de su matrimonio anterior y dos vástagos más jóvenes, frutos de su segundo matrimonio.

Hasta ahí el tema parece relativamente plácido. Pero apenas comiencen a rodar las casi dos horas de película empezaremos a enterarnos de ciertos detalles de esta familiar real. Primero, sabremos que el emperador viene envenenando lentamente a su esposa, con la excusa de proveerle un medicamento contra la anemia. Luego, sabremos que la emperatriz está enamorada del mayor de los hijos de su esposo, quien evidentemente no puede corresponderla.

De hecho, este joven está enamorado de la hija del boticario del Palacio Imperial, con quien jamás podrá unirse en matrimonio. Pero tal es su deseo de retirarse junto a su amada lejos de la Ciudad Prohibida, que está dispuesto a resignar su lugar de privilegio en la línea sucesoria, en favor de sus hermanos.

Uno de estos hermanos es, de hecho, el único medianamente sensato de la familia y regresa a Palacio tras una campaña militar de tres años en la frontera, para descubrir que su familia se desmorona.

Y, finalmente, está el menor de los príncipes, a quien todos ignoran por considerar que aún es un púber que nada puede saber de nada.

Eso no es todo. El argumento se complicará aún más y tendremos incestos, traiciones, asesinatos, revelaciones y toda la clásica concatenación de lealtades y flaquezas que caracteriza cualquier tragedia clásica sobre el amor, el poder y las intrigas, desde los griegos a esta parte, pasando y deteniéndose primordialmente en William Shakespeare.

Con los mencionados 45 millones de dólares a cuestas, por supuesto, la película tiene mucho más para mostrar. Desde su hiperestetizado comportamiento cromático hasta su fastuoso decorado y vestuario, y especialmente su impresionante despliegue de extras. Aquí no hay, como por ejemplo en “El señor de los anillos”, ejércitos reproducidos por computadora. Aquí hay multitudes de chinos a las órdenes de un director megalómano y obsesivo. Sólo alguien así puede entregarnos “La maldición de la flor dorada”.
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