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Por Sebastián Martínez
"La señal": Darín, entre Marlowe y Evita
13 de septiembre de 2007
Pocas películas argentinas han recibido tanta atención de la prensa antes de su estreno como “La señal”. Los motivos son muchos. Por un lado, se trata del proyecto que estaba desarrollando Eduardo Mignona antes de morir inesperadamente. Por otra parte, marca el debut como director de Ricardo Darín. Y, en tercer lugar, es una de las pocas intervenciones del cine nacional en una película de género y, al mismo tiempo, de época.

La historia que rodea el filme es más o menos conocida. Comienza cuando Mignona, que además de director de cine era escritor, publica una novela de detectives ambientada en la época del primer peronismo. Tiempo después, el propio realizador decide llevarla a la pantalla grande y convoca a su elenco: Ricardo Darín, Diego Peretti, Julieta Díaz, etc. Cuando aún todo el proyecto está en etapa de preproducción, Mignona muere y la película queda huérfana.

Sin embargo, el equipo que venía acompañando a Mignona en sus últimos trabajos (“El viento”, “Cleopatra”, “La fuga”) empieza a insistirle a Darín para que se anime a tomar las riendas del asunto. El respetado actor lo piensa un poco, lo consulta con los familiares de Mignona y, acepta, con la condición de que Martín Hodara (histórico asistente del fallecido realizador) actúe como co-director.

De este modo, “La señal” es finalmente rodada, posproducida y estrenada. Es por eso que a Darín puede vérselo por estos días de gira por los canales de televisión, las radios y las portadas de los medios gráficos, siendo “víctima” de entrevistas no siempre centradas en el filme.

Así que dejemos de lado de la genealogía de “La señal” y adentrémonos en la película. ¿Qué cuenta este filme de Mignona, Darín y Hodara? Todo es asunto gira en torno al personsaje de Corvalán: un detective interpretado por el propio Darín que trabaja a la “americana”, con un entrañable socio justicialista con el que discrepa en temas políticos y comerciales (el infalible Peretti), una novia a la que no termina de querer del todo (Andrea Pietra), un padre con prontuario internado en un geriátrico y un perro manto negro con el que comparte su soledad.

La existencia más o menos apagada de Corvalán, su rutinaria persecución de maridos y esposas infieles, se desvía cuando en la trama hace su irrupción Gloria, una misteriosa mujer con el cuerpo de Julieta Díaz, que le encarga al detective el seguimiento de un hombre y que, de paso, lo irá internado en los laberintos de la mafia porteña de mediados del siglo XX.

A partir de allí, Corvalán deberá empezar a tomar decisiones, deberá involucrarse, tomar partido, a “jugársela”, como dirían en la década del 50. Y lo hará de acuerdo a las normas del policial negro norteamericano, que funciona como guía y faro de toda esta película. Porque si algo queda claro desde el primer hasta el último fotograma de “La señal” es que la intención fue homenajear a los llamados “films noir” que Hollywood sabía ejecutar con maestría allá, cuando todavía era inevitable que las películas fuesen en blanco y negro.

Detectives curtidos y a medias descarriados, mujeres fatales, traiciones, mafiosos, misterios. Todos los elementos que nos remiten a personajes inmortales de la pantalla estadounidense como Philip Marlowe o Sam Spade, a actores como Humphrey Bogart o Robert Mitchum, a escritores como Dashiell Hammett o Raymond Chandler. Ése es uno de los dos imaginarios a los que apeló Mignona en su novela y Darín en su película.

El otro telón de fondo, que está más explotado en el libro, pero que está igualmente presente en el filme, es el del primer peronismo. Toda la historia de Corvalán transcurre mientras Eva Perón agoniza acosada por el cáncer. Y ése es quizás ése el máximo hallazgo de “La señal”: el choque entre lo extremadamente norteamericano del policial negro, y lo inconfundiblemente argentino del peronismo de los 50.

De ese contraste es de donde termina naciendo lo mejor de “La señal”. No de su ambientación de época, que es igualmente impecable, y tampoco de sus pocas pinceladas de humor. Es cuando en el ideario de espectador colisionan Evita y Marlowe, Boca Juniors y Sinatra, el bandoneón y Al Capone, el momento en que el fallecido Mignona, Darín y Hodara dan en la tecla afinada y logran su cometido.