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28 de marzo de 2024
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Por Sebastián Martínez
"Sicko": Michael Moore y la enfermedad de EEUU
19 de septiembre de 2007
Michael Moore es polémico. Porque quiere serlo y porque sus películas irritan y denuncian al mismo tiempo. Algunos se molestan por el contenido de sus documentales; otros, por la forma en que los hace. Y es que Moore conjuga, en dosis que se van alternando, un gran talento y una pequeña voluntad manipuladora, la más justa de las denuncias y algunos recursos cuestionables, cierto maniqueísmo y unas enormes ganas de mejorar el mundo.

Cinco años después de que su gorrita de béisbol y su voluminosa figura se hicieran famosas con “Bowling for Columbine” y, luego, con “Fahrenheit 9/11”, el que posiblemente sea el documentalista más conocido del orbe, se lanza contra el sistema de salud de los Estados Unidos, en “Sicko”. Y el resultado vuelve a ser impactante. Polémico, bastante opinable, pero valioso y crudo de una manera siempre bienvenida.

Los primeros segundos de “Sicko” nos muestran las desventuras que deben sufrir algunos de los 50 millones estadounidenses que no tienen seguro médico, en un país donde casi la totalidad del sistema de salud se encuentra en manos del mercado. Pero, rápidamente, Moore nos advierte que el filme no trata sobre ellos. Sí trata, en cambio, sobre las tragedias que deben atravesar algunos de los 250 millones de estadounidenses que tienen cobertura médica en el (cuasi único) sistema (privado) de salud.

“Sicko” tiene cuatro puntos de apoyo. El primero es el relato de una decena de terribles casos de pacientes que, sufriendo todo tipo de enfermedades terminales o irreversibles, son expulsados con una y mil argucias del sistema de salud. Éstos son, por supuesto, los fragmentos más emotivos, pero quizás los menos relevantes, los que más se prestan a la abierta manipulación del espectador.

Mucho más reveladores, aunque menos lacrimógenos, son los segmentos en que Moore habla con aquellas personas que trabajaron para las grandes compañías de salud y que cuentan, como si fuesen “arrepentidos” de la mafia, cómo los premiaban por negar tratamientos a los enfermos y, de este modo, maximizar la rentabilidad de las empresas.

La tercera “pata” del documental es la referida a la historia. El breve “racconto” que Moore hace del sistema sanitario estadounidense desde que Richard Nixon decidió dejarlo encapsulado en manos privadas hasta el actual lobby de las grandes corporaciones médico-farmacéuticas, pasando por el frustrado intento de la administración Clinton por implantar un régimen universal y gratuito de salud pública.

A partir de allí, Michael Moore parte al extranjero. Viaja a Canadá, viaja a Inglaterra, viaja a Francia, viaja a Italia. En todas partes encuentra sistemas sanitarios públicos. Y él los ve perfectos. Con algo de idealización y lejos de casa, Moore describe el funcionamiento de la salud pública del Primer Mundo. Luego, se pregunta por qué la principal economía mundial no puede tener algo similar. Y, finalmente, Moore vuelve a los Estados Unidos para, en su suelo natal, prepara el último gran golpe del documental.

Primero, reúne a un grupo de ex rescatistas del World Trade Center, que han quedado gravemente afectados y que no son atendidos por el sistema sanitario local. Luego, enterado de que los Estados Unidos brindan asistencia médica gratuita a los presos de Guantánamo, Moore se va con los ex voluntarios hacia la isla de Cuba.

Como es de esperarse, el documentalista no puede entrar a la base militar estadounidense, por lo que termina ingresando a los pacientes en el hospital central de La Habana, donde la salud es más pública que en ningún otro lado. Los cubanos, que si pueden jactarse de algo es del nivel de su medicina, atienden a los ex rescatistas del 9/11 con el mayor de los esmeros y los devuelven más o menos encaminados a su patria.

Cuando las dos horas de película han transcurrido, uno no puede dejar de notar que Michael Moore no es absolutamente transparente en sus procedimientos y que siempre se le puede sospechar una pizca de manipulación en sus documentales. Pero, muy por encima de esa sensación, permanece en el espectador la absoluta certeza de que la inmensa mayoría de las cosas que nos ha mostrado son ciertas, son terribles y son actuales. Y ese aporte de Moore a nuestra formación es indudablemente valioso.