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Por Sebastián Martínez
"Promesas del este": de Rusia, con violencia
13 de febrero de 2008
El director canadiense David Cronenberg es un personaje resbaladizo. Se pueden recordar, un poco al azar, algunas películas más o menos convencionales, aunque siempre interesantes de la primera etapa de su carrera: “Scanners”, “La zona muerta”, “La mosca”. Pero luego Cronenberg le dio un vuelco a su estética y se transformó en un director casi experimental con “El almuerzo desnudo”, “Crash” o “EXistenZ”, quizá menos conocidas que las anteriores y seguramente más perturbadoras.

Pero así como había dado un vuelco a fines de los 90, el nuevo milenio lo encontró dispuesto a cambiar nuevamente las reglas de su cinematografía. Así nació “Una historia violenta”, aquella historia protagonizada por Viggo Mortensen, Maria Bello y Ed Harris, sobre un sicario al que su pasado mafioso lo alcanza en su doméstico retiro pueblerino. El filme, sencillo, pero contundente, de una violencia hiperrealista, deslumbró a la crítica y a una buena porción del público.

La expectativa estaba creada. ¿Qué haría Cronenberg ahora? La respuesta es “Promesas del este”, el filme en el que reincide con Mortensen (nominado al Oscar por su trabajo), suma a Naomi Watts y vuelve a demostrar por qué se lo puede considerar uno de los grandes directores vivos de Hollywood, esa zona de California a la que nunca terminará de adaptarse.

“Promesas del este” es grandiosa en su sobriedad y en su violencia. La historia es la siguiente. Una chica de 14 años, embarazada y gravemente enferma, ingresa a un hospital de Londres. Ella muere, pero su bebé sobrevive gracias a los oficios de Anna, una médica de familia rusa instalada en la capital británica. Entre las pertenencias de la precoz madre fallecida, la médica encuentra un diario íntimo. Con la esperanza de encontrar algún dato que la lleve hacia la familia de la beba, la médica comienza a leerlo.

Esa búsqueda llevará a Anna hasta un restaurante llamado “Transiberiano”, regenteado por la familia más influyente de la mafia rusa en territorio londinense. Una vez dentro del restaurante, ya estamos en el corazón de la organización criminal. El jefe todopoderoso (interpretado con dosis igualmente notables de ternura y crueldad por Armin Mueller-Stahl), su limitado y descontrolado hijo (Vincent Cassel) y, sobre todo, su silencioso chofer (un excepcional Viggo Mortensen).

Los detalles visuales son duros. Hay violencia explícita, hay sangre, hay tatuajes que cuentan la vida en prisión, hay muertes. Pero aún peor es lo que no se muestra: embarazos que se pierden, púberes violadas, mujeres reducidas a la servidumbre, vidas enteras destrozadas por la prepotencia del delito. De todos modos, Cronenberg se permite, en medio del catálogo más bajo de la experiencia humana, algo de humor y algo de compasión.

El resultado es conmocionante. Y es logrado sin apelar a los remanidos artificios visuales y argumentales a los que debe recurrir el cine de los últimos años para provocar alguna reacción en el espectador. En “Promesas del este” se impone la historia. Los planos precisos que un director, con mucho oficio y un talento encarrilado, utiliza para contar lo que hay de terrible en el mundo.