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Por Sebastián Martínez
"Dueños de la noche": Hermanos en armas
27 de marzo de 2008
Fines de los 80. Las cosas eran algo distintas hace veinte años. Para empezar, no había teléfonos celulares. Tampoco estaba Internet, al menos no para su uso civil y extendido tal como hoy la conocemos. Y la mafia rusa recién empezaba a extender sus tentáculos por el mundo.

Fines de los 80 en Brooklyn. Es decir, Nueva York pero no Manhattan, sino enfrente con un río y un famoso puente de por medio. Esa es la época y el escenario en el que se desarrolla Dueños de la noche, el filme de James Gray que vuelve a abordar la antiquísima historia de enfrentamientos y lealtades entre hermanos.

Aquí tenemos por un lado a Joseph Joe Grusinsky, hijo ejemplar, oficial de la policía y recientemente ascendido a capitán de una división antinarcóticos. Del otro lado está Bobby Green, quien usa su apellido materno para que no se lo relacione con la policía y regentea un club nocturno. Uno busca drogas, el otro consume y, como si fuese poco, alberga en su local a uno de los más buscados narcotraficantes del momento. Un ruso, uno de los prominentes miembros de la naciente mafia rusa.

En medio de los dos hermanos, uno interpretado por Mark Wahlberg y el otro por Joaquin Phoenix, está, por supuesto, el padre: el jefe de la policía local encarnado por el interminable Robert Duvall.

Como queda planteado casi desde un comienzo, la colisión entre el hermano apegado a las normas y el hermano descarriado no tardará en producirse. Habrá redadas contra los narcos rusos, habrá pedidos de colaboración, habrá fiestas descontroladas y habrá reuniones familiares.

Claro que las cosas no son lineales en Dueños de la noche. Aquel que parece estar por fuera de las normas será llamado a colaborar con la ley. Y aquel que enfrenta a las pandillas pagará las consecuencias de su profesión de riesgo. No debe contarse mucho más sobre lo que ocurre en esta recreación del submundo de las drogas y las fiestas narcóticas de 1988.

Lo que sí debe destacarse es la solvencia con que la historia se lleva adelante, sin caer en excesos, ni en moralinas, ni en simplezas. Y si a eso se le suma los intachables desempeños de Phoenix, Wahlberg y Duvall, la cosa va tomando consistencia.

Dueños de la noche no es, y nadie se lo pide, una película llamada a cambiar la historia del cine. Pero nadie podrá negarle, al cabo de sus 117 minutos, que es una historia de hermanos, padres y drogas contada de una de las mejores formas posibles.