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19 de abril de 2024
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Por Sebastián Martínez
"El sueño de Cassandra": doble match point
4 de junio de 2008
Con Woody Allen, los argentinos venimos desactualizados. Mientras el mundo entero habla de “Vicky Cristina Barcelona”, el filme que rodó en España y que presentó recientemente en el Festival de Cannes, a estas costas recién está llegando “El sueño de Cassandra”, su anterior película, filmada en Londres.

Aquellos que vienen siguiendo la más reciente filmografía del neoyorquino saben más o menos qué esperar. Las chances no son tantas. En los últimos años, Allen toma uno de los dos senderos que le marca su bifurcación creativa: o se inclina por la comedia agridulce (del tipo “Scoop” o “Melinda Melinda”) o se decanta por ese particular policial negro que halló su epítome con “Match Point”.

En el caso de “El sueño de Cassandra”, Woody Allen se ha inclinado por esta última opción, al punto que esta película protagonizada por Ewan McGregor y Colin Farrell parece ser, por momentos, una suerte de remake de “Match Point”, donde lo único que ha variado es el nombre de algunos personajes y la intensidad de algunas situaciones.

El filme comienza con dos hermanos, Ian (McGregor) y Terry (Farrell), comprando un pequeño velero a motor en oferta. En pocos segundos, Allen se las ingenia para pintarnos el panorama completo de sus protagonistas. Son dos jóvenes ingleses, de la clase media baja, con dinero suficiente para sobrevivir, pero no para darse grandes lujos y cumplir sus anhelos.

El padre de Ian y Terry tiene un restaurante que no termina de despegar y su madre vive endiosando al pariente adinerado del clan: el tío Howard, un cirujano plástico que ha hecho fortuna, vive en los Estados Unidos, viaja por el mundo y mantiene un poco a la distancia las finanzas del grupo familiar.

Los dos hermanos son unidos, pero no son iguales. Ian es astuto y ambicioso. Sueña con invertir en una cadena hotelera y salvarse. Terry es más corto de miras. Trabaja en un taller mecánico, le gusta el whisky y tiene afición por las apuestas. El primero se enamorará de una actriz del teatro independiente. El otro vive con su novia y hace cuentas para comprarse una casa de 200 mil libras esterlinas.

Hasta allí, “El sueño de Cassandra” no es mucho más que el retrato de la clase media británica, sus miserias y sus alegrías. El nudo del argumento estallará un poco más adelante, cuando el mentado tío Howard aparezca con dinero para financiar los proyectos de Ian y Terry, y urgencias que deben ser atendidas de inmediato.

Recién entonces, el filme ingresará en su pendiente final. Habrá planes criminales, habrá planteos morales, habrá remordimientos y la dimensión trágica que tienen los policiales de Woody Allen harán irrupción en la pantalla.

Sin llegar a la precisión quirúrgica de “Match Point”, esta nueva incursión de Woody Allen en el mundo del policial existencialista termina dando saldo positivo. McGregor está bien, por supuesto, pero lo de Colin Farrell merece una mención especial. Alejado de los papeles en los que suele encasillarlo Hollywood, aquí Farrell se luce en la interpretación de un personaje un poco tonto pero no demasiado, algo lerdo pero despierto, un poco vicioso, pero con límites.

Habrá que acostumbrarse a este nuevo Woody Allen. Un director que supo deslumbrar primero en la comedia, luego en el costumbrismo y finalmente en el drama, pero que ahora ha decidido hacer filmes correctos, con algunos momentos brillantes, pero de baja intensidad. El propio Allen sabe que ya no está entre sus objetivos hacer obras maestras. Ya las ha hecho. Ahora se dedica a hacer simplemente buenas películas. “El sueño de Cassandra” es una de ellas.