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26 de abril de 2024
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Por Sebastián Martínez
"Enemigos públicos": disfrutable "depresión"
28 de julio de 2009
Aquellos años que siguieron al crack financiero de 1929 son conocidos como la Gran Depresión y se recuerdan en los Estados Unidos como una época de extendida pobreza, altos niveles de desempleo y florecimiento del crimen organizado. A tal punto llegaba en esos tiempos el poder de la mano criminal que el delito comenzó a tener su propio "star system".

Entre todos los delincuentes de la década del 30 estadounidense, posiblemente el más famoso sea Al Capone, cuya figura de "capo mafia" ha inspirado infinidad de películas, algunas de ellas excelentes. Pero un escalón más abajo en el ránking de celebridad, le sigue un tal John Dillinger, otra "estrella" de la criminalidad que (a diferencia, por ejemplo, de Bonnie y Clyde) aún no había sido debidamente festejado en la pantalla grande.

Al igual que Capone, Dillinger tenía como base de sus operaciones la ciudad de Chicago, aunque sus redes se extendieran por todo el territorio norteamericano. Pero hay dos hechos que lo diferenciaban enormemente del gangster italoamericano. Por un lado, Dillinger no era propiamente un mafioso; su especialidad eran los asaltos contra bancos y más que una organización dedicada al delito, lo que manejaba era una banda de ladrones.

La segunda diferencia es más importante aún: Capone era temido, odiado y reverenciado por el público estadounidense; en cambio, Dillinger (pese a ser violento y peligroso) llegó a forjar a su alrededor cierto aura de bandido carismático que le valió un gran reconocimiento popular. En la base de ese culto a Dillinger había, por supuesto, un enorme descontento contra el sistema financiero, pero también características propias de este extraño delincuente: tenía un código ético, robaba a instituciones pero no a particulares y, por último, era inmensamente hábil para eludir a la policía y al FBI.

Todo esto para llegar a Michael Mann, el director de "División Miami", "Colateral" y "Fuego contra fuego", que se ha decidido de una vez por todas a hacerle honor a la leyenda de Dillinger y filmar "Enemigos públicos". De Mann se podrán objetar algunas cuestiones de estilo y de buen gusto, pero será difícil decir que no es un gran director de películas de género. Su currículum lo prueba y "Enemigos públicos" lo ratifica.

Al pulso de Mann hay que sumarle en esta película al gran Johnny Depp, quien ya no tiene que demostrar demasiado y, sin embargo, cada vez que se pone delante de las cámaras vuelve a corroborar por qué se lo considera uno de los más grandes de Hollywood. Su John Dillinger no decepciona en absoluto, aunque si nos ponemos quisquillosos es quizás demasiado carismático. Es cierto, no cae en el falso heroísmo del delincuente para el bronce, pero de Mann y Depp uno siempre espera un poco más de conflictividad en el personaje.

En torno a Depp, el elenco destaca a Christian Bale como el agente Purvis del naciente FBI. Hierático, jugando un papel de villano políticamente correcto, a Bale se lo ve demasiado contenido y, hasta cierto punto, demasiado parecido a Bale (es decir, a sus últimos personajes, incluyendo a su irreprochable Batman). La tercera arista del triángulo protagónico es la francesa Marion Cotilliard, que juega su parte sin desentonar ni brillar, al servicio de una historia de amor algo desangelada.

La historia que se cuenta durante dos horas y media es la de los últimos años de Dillinger (y la igualmente fructífera de los primeros años del FBI), con algunos asaltos, mucha investigación, algún que otro tiroteo y una pizca algo morosa de romanticismo. Pero, en otro sentido, se intenta plasmar el retrato de un mundo con sus instituciones financieras quebrantadas, con sus valores desestabilizados y con sus roles desordenados. Algo demasiado cercano para quienes sufrimos el segundo gran crack del capitalismo global.

En resumen, un gran director, un personaje interesante, un eximio protagonista y un mundo complejo y ambiguo. Todo está planteado para que "Enemigos públicos" sea una gran película. Y lo es. Sin embargo, da la sensación de que profundizando un poco más algunas cosas, podría haber sido una obra maestra. No lo es. Una pena. Una pena que, de todos modos, se puede disfrutar enormemente.