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Por Sebastián Martínez
"El último maestro del aire": hacer agua
11 de agosto de 2010
M. Night Shyalaman es un director que despierta algún tipo, menor, de polémica. Algunos sostuvieron, luego de los estrenos de “Sexto sentido” y “El protegido”, que se trataba de un “autor”, es decir: un director de cine que a la hora de filmar se salía de lo convencional, de lo ordinario, que le ponía su toque personal a las películas.

De su carrera previa a “Sexto sentido” (en la que figuran dos largometrajes) poco se sabe en la Argentina. Pero con ese filme protagonizado por Bruce Willis y de la mano de una de las frases más célebres del cine de la última década (“Veo gente muerta”), muchos sostuvieron que había que estar atentos a lo que hiciera Shyalaman de allí en adelante.

Esa atención se mantuvo en “El protegido” (también con Bruce Willis), en “Señales” (protagonizada por Mel Gibson y Joaquin Phoenix) y llegó hasta “La aldea” (con un buen elenco encabezado por Bryce Dallas Howard). Hasta ese punto, Shyalaman contaba entre los cinéfilos con defensores y detractores, pero el debate era, por lo menos, interesante.

Sin embargo, luego llegó “La dama del agua” y la buena imagen que Shyalaman conservaba en ciertos círculos se desplomó bastante. Ese filme, decididamente, cayó mal aún entre la legión de seguidores del director de origen indio. Y fue un peso que no logró remontar con su siguiente película, “El incidente”, que sin ser ninguna maravilla tenía, al menos, partes valiosas.

Por otra parte, estamos quienes pensamos que Shyalaman es un director que ha sido demasiado “inflado” por cierto sector de la crítica y cierto sector del público. Pero también reconocemos que el director, cuyos filmes suelen ser pretenciosos, algo previsibles y algo tramposos, contienen momentos logrados. Especialmente aquellos que se refieren a las dificultades para establecer una comunicación fluída entre los seres humanos. Es decir: el mejor Shyalaman aparece cuando deja de lado su fascinación por los argumentos complejos y sobrecargados y se entrega al mundo interior de sus personajes.

Todo esto para hablar de la última película de Shyalaman: “El último maestro del aire”, superproducción basada en un animé llamado “Avatar”. Si hasta aquí la carrera del director había tenido altas y bajas, a partir de esta película ya no entiende qué es lo que quiere hacer con su cine. Es cierto: aceptó tomar a su cargo una superproducción con un perfil netamente comercial. Pero otros directores (Tim Burton o Christopher Nolan, por ejemplo) saben manejarlo con algo más de elegancia.

La historia de “El último maestro del aire” es algo así. La Tierra está dividida en cuatro naciones, cada una de las cuales se especializa en el manejo de un elemento natural: fuego, aire, tierra y agua. Los cuatro grupos conviven en armonía siempre y cuando sobre el mundo esté presente el Avatar, un ser con la capacidad para manejar los cuatro elementos. Pero el problema es que hace cien años que el Avatar ha desaparecido y el reino del fuego ha colonizado y sometido a las restantes tribus.

Pero el Avatar regresa en la forma de un niño y su misión será entrenarse para detener el avance del reino del fuego, que por supuesto quiere capturarlo. Hay, en medio de todo eso, algunos conflictos personales: un personaje que quiere ser un niño normal, otro que quiere vengar su deshonra, otro que se enamora de una mujer condenada, etc.

Sin embargo, a diferencia de otras películas de Shyalaman, en este caso las historias personales no alcanzan suficiente volumen para disimular lo absurdo de toda la película. Y, encima, es bastante aburrida y pomposa. Y los efectos especiales tampoco deslumbran demasiado. Es decir: no hay mucho para rescatar.

Un poco intentando emular la historia de “La guerra de las galaxias”, otro poco tratando de remedar la épica de “El señor de los anillos”, esta película no logra ni el carisma de una ni la magnificencia de la otra. Dicen que es la primera de una saga de cuatro. Veremos si la cosa mejora en el segundo capítulo.