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29 de marzo de 2024
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Por Sebastián Martínez
"Red social": cómo tener un millón de "amigos"
20 de octubre de 2010
Hay que tener muchas espaldas para proponerse hacer un filme sobre Facebook, una interfase con 500 millones de usuarios, y no morir en el intento. No sólo eso, terminar redondeando un trabajo que ha sido elogiado en forma casi unánime por la crítica y con una respuesta masiva de público.

David Fincher y Aaron Sorkin son los cerebros detrás de ese milagro. El primero es más conocido: dirigió "Seven: pecados capitales", "El club de la pelea", "Zodiac" y, con menos tino, "El curioso caso de Benjamin Button". El otro, Sorkin, es un guionista y, como tal, siempre queda un poco oculto del gran público. Pero quienes hayan disfrutado de esa estupenda serie política llamada "The West Wing" tendrán una medida de su talento.

Ambos tomaron un libro llamado "Los millonarios accidentales" y lo convirtieron en una excelente película sobre el nacimiento de la red social Facebook. O, por lo menos, ésa es la excusa argumental. La película habla, en verdad, sobre la necesidad de ser reconocido, sobre la ambición, sobre la amistad, sobre el sistema de castas que impera en la comunidad académica norteamericana, sobre la traición, sobre el genio, sobre la falta de referencias de una generación.

El argumento sigue los pasos de Mark Zuckerberg, el niño prodigio de la informática que pergeñó desde su habitación de Harvard la red social de mayor aceptación mundial y de las pérdidas que fue sufriendo en ese proceso.

El filme se cuenta en dos líneas cronológicas. Por un lado, asistimos al proceso mediante el cual Zuckerberg crea su plataforma con la asistencia de unos pocos amigos propios y de algunas (precarias) ideas ajenas, hasta llevarla al millón de usuarios. Paralelamente, asistimos a la audiencia de conciliación judicial en la que el creador de Facebook debe enfrentar dos demandas: la de un trío de estudiantes de Harvard que lo acusan de haberles birlado la idea, y la de su mejor amigo que le pide 600 millones de dólares por haberlo dejado fuera del proyecto en mitad del río.

Mientras tanto, durante las dos horas de metraje que dura el filme, el espectador intentará desentrañar el hermético universo cerebral de Zuckerberg, en el que conviven cierta genialidad, un alto grado de ensimismamiento y unos valores morales más bien apagados, que logran transmitirse a través de los afiladísimos diálogos creados por Sorkin.

Hay dos aciertos que se le deben reconocer a Fincher. El primero es haber eludido casi toda referencia visual a la informática. No hay en esta película un regocijo en mostrar monitores, teclados y, menos que menos (afortunadamente) inmersiones dentro del universo virtual. Y es que el segundo acierto del director ha sido mantenerse dentro de los cánones del clasicismo cinematográfico. Está filmada con maestría, pero Fincher logra que eso no se note. A diferencia de sus primeras películas ("Pecados capitales", "El club de la pelea"), aquí Fincher demuestra que también sabe ser sobrio.

Los actores, desde ya, aportan lo suyo. Jesse Eisenberg parece haber nacido para darle vida a Zuckerberg. Justin Timberlake interpreta sin fisuras a Sean Parker, el creador de Napster que se transformaría en el tercero en discordia dentro de la estructura de Facebook. Y Armie Hammer protagoniza la hazaña (tecnológica e interpretativa) de darle carne a dos gemelos que siempre están juntos en pantalla y que son claramente diferentes.

Pero lo más curioso de "Red social" es quizás la capacidad que tiene la película para dejarnos henchidos de cine sin que terminemos de entender bien las razones. La película tiene algo que va más allá de sus partes (de sus planos, de sus diálogos, de sus actuaciones). Algo que la transforma en una gran película. Algunos le llaman talento.