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29 de marzo de 2024
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Por Sebastián Martínez
"Que la cosa funcione": dos potencias se saludan
4 de mayo de 2011
Woody Allen no necesita mayores presentaciones. Ahí están sus más de 40 largometrajes filmados puntualmente, a un promedio de casi uno por año desde 1966 hasta la fecha. Están quienes lo consideran un genio, quienes piensan que es un autor desparejo y quienes directamente pasan de las pretensiones intelectuales de su obra. Pero nadie puede dudar de que el hombre ya ha dejado su huella en la historia del cine.

En cambio, Larry David quizás no sea universalmente conocido. Actor, productor, director y guionista, probablemente muchos no lo hayan escuchado mencionar jamás. Sin embargo, casi todo el mundo habrá sentido mencionar alguna vez su creación más exitosa: la genial sitcom “Seinfeld”, a la que le dio vida junto al más famoso monologuista Jerry Seinfeld.

Para darnos una idea de lo que significó “Seinfeld” bastan tres datos. Está considerada la serie más rentable de la historia. Llegó a tener 76 millones de espectadores. Y su protagonista ostenta la marca de "la mayor cantidad de dinero rechazada" en el Libro Guinness, por haberse negado a continuar con el proyecto pese a que le ofrecían 5 millones de dólares por episodio.

Si alguien quiere tener una pista sobre cómo es David, no hay más que prestar atención al personaje de George Costanza, coprotagonista de “Seinfeld”. Dicen que tiene más de una referencia velada a su forma de ser. Y si alguien se lo quiere imaginar físicamente, alcanza con pensar en Carlitos Bianchi.

Toda esta extensa presentación de Larry David y el breve recordatorio de quién es Woody Allen vienen a cuento del estreno de “Que la cosa funcione”, el nuevo largometraje del director neoyorquino. El filme gira en torno a la vida de Boris, un culto, misántropo y talentoso científico de Brooklyn que tiene una visión absolutamente negativa y pesimista del mundo, y que carga un intento de suicidio y un divorcio a cuestas. Un hombre que divide a la Humanidad en “gusanos”, “cretinos” y “microbios”, por poner un ejemplo.

El caso es que este hombre (interpretado por Larry David), ya entrado en la mediana edad, conoce casualmente a una joven sureña, que ha escapado de su hogar católico y conservador de Mississipi, con iguales dosis de inocencia, ignorancia y encanto (encarnada por Evan Rachel Wood). La relación madura y llega a niveles imprevisibles, hasta que las cosas se complican cuando los padres de la joven veinteañera reaparecen para llevarla de vuelta.

Hay que decir que, después de los dramas bastante sólidos y las comedias más bien flojas que ha venido haciendo Allen en los últimos años, “Que la cosa funcione” nos devuelve al menos una porción del talentoso guionista que supo ser el neoyorquino en sus primeros tiempos. En este filme vuelve a respirarse algo de ese ingenio humorístico que supo alumbrar obras de la estatura de “Annie Hall” o “Manhattan”, aunque sin llegar a su profundidad.

Porque hay que aclararle a los admiradores de Larry David, si es que los hay, que la película es mucho más Allen que “Seinfeld”. Más allá de que el creador de la sitcom que revolucionó el humor en los Estados Unidos se las ingenie para quedar bien parado con su protagónico, “Que la cosa funcione” es esencialmente un producto de la factoría de Woody.

Pero más allá de eso, éste es un filme para festejar. Porque Allen ha reencontrado, y justamente en Nueva York, un tono que parecía haber perdido, porque significa la unión de dos próceres del humor neoyorquino y porque, con algún altibajo, se trata de una buena película.