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29 de marzo de 2024
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Por José Calero
La Argentina necesita alentar más la producción
31 de agosto de 2008
Un país que no alienta a sus empresarios a producir más tiene destino incierto.

Y ese aliento debe alcanzar no sólo a la industria, sino también al campo y al sector de los servicios, e incluir reglas de juego claras y a largo plazo.

Hasta ahora, el matrimonio Kirchner no lo logra.

El Gobierno argentino corre el riesgo de ingresar en esa zona tan temida donde todo esfuerzo parece vano para convencer al establishment financiero internacional sobre las bondades del país.

Ese es el fantasma que recorre por estos días los centros de decisión internacional, donde la Argentina, a pesar de su crecimiento sostenido, su superávit fiscal y su potencial productivo, no termina de cerrar la ecuación de confianza que se
le reclama desde los centros de poder mundial.

Un canje hecho de prepo, una negociación con el Club de París que nunca logra despegar, una cancelación unilateral de deuda con el FMI y el hecho de que Venezuela sea la única nación que le presta a la Argentina, reflejan parte de las tensiones que afronta la administración de Cristina Kirchner con el mundo del capital.

Los pocos aliados que el país conserva en el mundo atraviesan épocas de turbulencia o descreimiento en la comunidad internacional.

Evo Morales, el presidente que garantiza la provisión de gas, sufre una delicadísima coyuntura interna que lo obligó en los últimos días a cruzar la frontera a Brasil para evitar a los manifestantes.

Hugo Chávez, el comandante bolivariano amigo de la Argentina, es mala palabra para Estados Unidos y Europa.

Países de la región como Chile y Uruguay, que mantienen una relación correcta con la Argentina, aplican en sus economías recetas muy distintas a las del matrimonio Kirchner.

Ni que hablar de Brasil, cuyo gobierno considera al sector privado un socio y no un enemigo, y acaba de anunciar un fenomenal plan de financiamiento a la producción por 900.000 millones de dólares a cuatro años.

Hasta Perú, una nación mucho menos desarrollada y con poco potencial, paga una prima de riesgo país que representa apenas un tercio de la que tiene la Argentina.

La Argentina está pasando un momento de incertidumbre en su relación con los países más desarrollados del mundo, donde se considera al país un lugar de alto riesgo para invertir, y los indicadores económicos que se dan el planeta sobre la situación
económica, política y social de la Argentina, castigan al gobierno nacional.

Estas tensiones entre el gobierno argentino y el establishment explican la rabia que despertó en Cristina el crítico informe sobre el país que hizo el Banco Central de España.

La presidenta hasta amagó con tomar el teléfono para reprocharle directamente a José Luis Rodríguez Zapatero la dureza de ese informe que retumbó con fuerza desde Europa.

Finalmente, el gobierno optó por la estrategia de salir a defenestrarlo, a tal punto que la jefa de Estado estrenó un nuevo sistema de comunicación.

Dio una "nota" -en realidad un monólogo- a la Vocería Presidencial, que luego fue difundida a los medios.

Allí, con todo su manejo de la ironía, la Presidenta recordó que el mismo Banco Central de España había brindado dos informes muy optimistas sobre la Argentina en el 2001, "meses antes del incendio" de diciembre de ese año, graficó la jefa de Estado.

La razón de semejante irancundia fue que en un momento delicado para el país por las dudas que genera su capacidad de cumplir con el pago de la deuda el año próximo, el informe del Banco de España indicó que Venezuela, Argentina, Irak y Republica Dominicana se encuentran entre los siete países con un riesgo más elevado para
la inversión.

Cuando Cristina leyó que se ponía a la Argentina a la par de Irak, un país en guerra donde todos los días vuela gente por los aires, montó en cólera y terminó de convencerse de que hay un furibundo ataque especulativo contra la Argentina.

"No hay caso, no nos perdonan el canje de deuda", masculló la jefa de Estado.

En el gobierno hay convencimiento de que cualquier sea el mensaje de conciliación que se envíe al establishment, caerá en saco roto.

Eso explica que se haya dejado totalmente de lado una idea audaz que circuló por algunos despachos: reabrir por última vez el canje de deuda para dar una oportunidad a los bonistas que por más de 25.000 millones de dólares se quedaron con "papel pintado".

También se entiende, en esa lógica, que el gobierno haya desechado introducir cualquier sinceramiento en las cifras del INDEC que proporcionaran un poco más de certeza a los operadores financieros y al mundo empresario, y dar un respaldo a Guillermo Moreno que le puede costar caro.

El tema se analizó en varios encuentros que mantuvo el minigabinete económico que aconseja a la Presidenta, y donde están, entre otros, Carlos Fernández, Martín Redrado y Mercedes Marcó del Pont.

Allí se concluyó que aunque hubiese la intención de iniciar un operativo sinceramiento del INDEC, los financistas reclamarían luego un ajuste hacia atrás de los bonos por inflación, lo que podría derivar en un reclamo de hasta 8.000 millones de dólares
por intereses no pagados en el último año y medio.

Por ello, nada de eso se hará: apenas una promesa de que se cumplirán los vencimientso del año próximo -como lo hizo Sergio Massa ante el Consejo de las Américas-, pero -se quejan los bonistas- subestimando la inflación, como se hizo hasta ahora para pagar menos deuda.

Así, se repite la historia: como ocurrió en los meses previos al canje de deuda, la Argentina juega a matar o morir en su ley, mientras el establishment financiero acecha en las sombras, a la espera de que el país deba salir desesperado a pedir plata prestada.