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18 de abril de 2024
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Por Roberto Aguirre Blanco
Extrañamos tanto a Cafiero, Saadi y Neustadt
15 de junio de 2009
Ya se ha convertido en un clásico de la Democracia argentina, un pésimo clásico es cierto. En este país en tiempos de elecciones no hay debates de ideas, casi ni televisivos, y eso es patético.

Como las internas partidarias que nunca se llevan a cabo y los electores deben decidir por candidatos designados a dedo por los “líderes” partidarios, la falta de debates públicos es otra gran deuda de la política.

Más allá del valor o no que estos debates puedan aportar en la decisión del voto, el planteo de las diferentes posturas sobre los temas que interesan a una sociedad es una necesidad que falta sin aviso.

La política argentina, en esta aún joven democracia, no imita los buenos ejemplos de países que con historia profusa o creciente estados de libertad, aplican un sano intercambio de ideas televisadas.

Tan lejos como puede estar Chile, Brasil, Estados Unidos, Francia o España, donde se realizan debates entre los candidatos de peso en una elección, están las pocas referencias que se realizaron en el país.

Los últimos grandes debates –los únicos de peso especifico- en 26 años de Democracia y con casi dos decenas de elecciones nacionales y locales que se recuerdan, son dos, y eso es sinónimo de incultura republicana.

En septiembre de 1987, en el estudio mayor de ATC, los dos referentes de la elección a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero (Justicialista) y Juan Manuel Casella (UCR), protagonizaron un debate de más de dos horas.

Con el periodista Bernardo Neustadt como moderador, el público pudo participar y escuchar ideas de dos candidatos que 15 días después definieron una elección vital en el escenario político de esos años.

El segundo en importancia fue el de Aníbal Ibarra y Mauricio Macri previo a la segunda vuelta de las elecciones a jefe de Gobierno en 2003, 16 años después.

Fue en el mismo estudio, ahora de la televisión pública, y demostró las dos miradas sobre la ciudad y las posturas de cada uno de los candidatos: la ciudadanía agradecida.

En ese lapso hubo sillas vacías por ausencias de uno de los contendientes (Carlos Menem 1989), chicanas para evitar el debate (“para qué, si estamos bien en las encuestas”) y el silencio de palabras a la hora de debatir (Cristina Kirchner en 2005 y 2007).

Si existieron, por la perseverancia de la producción de “A dos Voces” de Todo Noticias, algunos debates de candidatos, pero siempre de segunda línea.

Presencia de candidatos a vicepresidentes, a ministros de economía, a compañeros de lista en segundo o tercer término de elecciones legislativas. Todo muy pobre.

Más allá de las estrategias, siempre con excusas válidas a la hora de no debatir, hay una necesidad de escuchar a los candidatos que definen elecciones y eso debería ser parte de un contrato moral con la Democracia.

“Los debates no dan rating”, esgrimen algunos sabihondos de la televisión, y está demostrado que en los países que se llevan a cabo capturan a una importante atención de los espectadores.

Y si fuera así –mal rating-, hay una necesidad que debe cumplirse como la obligación de ir a votar o de ser autoridad de mesa.

¿Por qué la exigencia siempre al ciudadano y nunca al político? ¿Son de otro planeta y salen de un repollo donde tienen impunidad moral?

En épocas de la “tinellización” de la política, de “Gran Cuñado” con más de 30 puntos de rating, se recuerda con cierta nostalgia y cariño un momento único de los debates políticos de la Argentina.

En 1984, cuando antes del referéndum por la aceptación a la propuesta papal sobre el conflicto con Chile por el Beagle, en –donde más sino- los estudios de canal 7, “debatieron” el canciller Dante Caputo y el senador Vicente Saadi.

La noche de la caricatura del dirigente justicialista y los bigotes sonrientes del habitualmente serio funcionario nacional.

Señores políticos: dejémonos de “pura chachara” barata y no eviten debatir ideas con excusas que los evaden a las “nubes de Úbeda”.

La gente y la Democracia se los agradecerán.