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25 de abril de 2024
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Por Roberto Aguirre Blanco
Canal 7: no era el oficialismo, era la pelotita
26 de septiembre de 2009
Dicotomía. En estos momentos en los amplios pasillos del canal oficial algunos destapan botellas de champaña (a escondidas) y otrod se replantean si vale la pena festejar tanto.

Sucede que el rating, al ritmo de la pelotita de “fútbol para todos”, hace subir el nivel de audiencia de la señal pública a niveles inimaginables hace dos meses.

“Nunca nos importó el rating, siempre apostamos a la diversidad y a la búsqueda de cubrir lo que otras programaciones proponen”, dijo una ex directora del canal no hace mucho en un cóctel de fin de año y luego fue avalado por el actual responsable de la señal, Tristán Bauer.

Sin embargo, sucede que en estos últimos 40 días –desde el inicio del Torneo Apertura 2009- y particularmente desde la tercera fecha, cuando los primeros partidos se emiten por Canal 7, el ex ATC ha logrado el mejor rating de los últimos seis años.

No sólo dejó atrás el patético piso de 1, 2 de rating que sumó con constancia espartana desde 2003, sino que se sorprende cómo en septiembre llegó a un promedio de 3,3 y esta muy cerquita del cuarto lugar que tiene América con 4,7. Tiembla De Narváez.

¿A quién no le gusta medir y superarse?, ¿A quién no le agrada tener programas de 18 ó 20 puntos los fines de semana y ser el segundo canal más visto de un sábado y domingo, y postergar el enemigo público número 1, Canal 13, al último lugar?

Y, más aún medir más que el canal de cable más visto: TN (mismo enemigo) que apenas llega al 2,7.

La tentación es fuerte, y aunque muchos directivos y responsables políticos levanten la bandera de “esto no es importante”, por lo bajo las planillas del innombrable IBOPE corren el lunes de cada semana en mano en mano y generan festejos en las oficinas de Figueroa Alcorta.

No era la política oficial, ni la cultura ecléctica que proponía la gestión lo que da tentación a los espectadores en la fría pantalla oficial: es el fútbol.

Y este popular deporte para todos tiene también otras secuencias muy interesantes para analizar: los dos programas de fútbol del domingo para la noche de los canales de aires son tremendos fracasos.

“Fútbol de Primera” mide apenas 8,5, devorado por el tanque que es Susana Giménez, lejos del promedio del primer semestre de 2009 que estaba en 17 puntos.

Por otra parte, la propuesta de América, “El Show del Fútbol”, con Alejandro Fantino, es otro fracaso con miras de ser levantado, al no medir más de 4 puntos.

A esa hora de la noche la gente tiene la panza llena de fútbol y las asentaderas sin dibujo luego de la maratón de ocho horas de juego que se inician a las 14:00 y terminan cerca de las 22:00.

Sin embargo, las esposas, novias, parejas, concubinas y amantes no están tan felices: estas maratones futbolísticas están dejando muchas viudas o al menos mujeres que no paran de repetir: ¡Basta de la pelotita!

El ranking sube en canal 7 y con ellos los valores de su tanda publicitaria que antes tenía los irrisorios precios de $ 500 pesos el segundo en sus programas más vistos, muy lejos de lo $ 3.500 del programa más barato de los líderes.

Ahora todo tiene otro color y se merece festejar: aunque durante la semana la programación siga sin interés para el gran público y apenas termina el fútbol, con un partido de Boca o River, el rating baje de 18 puntos a los 2,9 de “Ecos de mi tierra”.

¿Algún día los genios de la TV estatal de cualquier signo político en la Argentina se darán cuenta de que la cultura, para ser tal, debe ser popular y seducir a la gran mayoría, sin ser elitista?

Las grandes televisoras estatales del mundo son competitivas, y para eso no hay que ir tan lejos: en Chile, por ejemplo, apuntan a los públicos masivos en horarios centrales, con telenovelas, espectáculos musicales de alto nivel, unitarios con producción y despliegue, grandes títulos de películas y programas de humor. En Brasil pasa lo mismo, en especial con las populares telenovelas.

Menos en la Argentina, donde la política es más valiosa que el gusto popular, y donde no se logra entender por qué una señal del Estado no “debe” competir en propuestas para toda la gente.

Eso, parece, es mala palabra.