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Por Iván Damianovich
Sociales o individuales, los pecados de siempre
12 de marzo de 2008
La Iglesia católica suele ser objeto de críticas por su falta de adaptación a los tiempos que corren. La tradición muchas veces tiene un reloj diferente del que marca las horas de la agitada vida moderna. Lo concreto es que, en materia de pecados y faltas a Dios, la institución que representa a más de 1.115 millones de católicos en el mundo picó en punta.

A caballo de la globalización, el infierno de Dante debe contemplar nuevos pecados. Así lo entiende Monseñor Gianfranco Girotti, director de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede, quien, en una publicitada entrevista, enumeró algunas de las renovadas formas en las que se ofende a Dios y se quiebra la relación entre los hombres.

La manipulación genética, la contaminación ambiental, la acumulación excesiva de riqueza, el narcotráfico y el consumo de estupefacientes son algunos de los “nuevos” pecados sociales que sumen al hombre en un estado de distancia de Dios, por definirlo de alguna manera desde el plano teológico.

En verdad, el pecado tiene –desde siempre- una doble dimensión. Aquella que quebranta u obstaculiza el estado de gracia en la relación con el Creador y otra que afecta y provoca un daño a otro semejante. Esta segunda dimensión es la que el Vaticano pone hoy de relieve y, aunque en los hechos no impliquen una novedad, requiere sí de un análisis o enfoque moderno.

La globalización ha terminado por imponerse y con ella los aciertos y errores. Entre los errores o defectos, la Iglesia viene advirtiendo sobre una deshumanización en las relaciones, lo que conduce a concebir la vida de las personas cada vez con menor importancia. Esta postura será refrendada una vez más en los próximos días, cuando el papa Benedicto XVI presente su tercera encíclica que se titularía “Amor en la verdad” y en la que pedirá que se mitigue la brecha entre ricos y pobres. Allí también planteará el pecado que encierra la falta de respeto por la persona humana.

Por tanto, lo que en realidad está en discusión es la dimensión social del pecado. Es decir, aquella face en la que los hombres terminan dañando a otros hombres por razones que buscan el bien personal o la misma mezquindad.

Por caso, para la Iglesia, la acumulación de riqueza implica en los hechos la aceptación y consolidación de un sistema de injusticia social que choca con el Evangelio. Hasta el propio Chávez, desde Venezuela, hizo propias las palabras de Girotti y lanzó irónicamente ante un gurpo de estudiantes: "El Vaticano me reivindicó, me siento reivindicado".

El pecado, en su raíz, encierra un acto voluntario contrario a Dios que atenta contra la solidaridad humana. Nuevos o viejos, en todos ellos el fondo es el mismo y la libertad de no realizarlos puede hacer del mundo un lugar más agradable para vivir.