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Por Iván Damianovich
Aguer y una pálida autoridad moral
30 de agosto de 2016
El arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, ha vuelto a la página de los diarios, se enfrascó en explicaciones de contenido ético, parafraseó a Aristóteles para criticar la cultura moderna y pretendió mostrarse en los últimos días como autoridad moral en la Argentina de hoy.

El prelado platense ha buscado reiteradamente a lo largo de los años atraer la atención mediática a través de sus invectivas orientadas preferentemente a la temática sexual o las costumbres modernas en las que muchas personas deciden o pueden vivir sus vidas.

La “cultura fornicatoria” que denuncia en los últimos tiempos va de la mano de un juicio permanente que realiza sobre la sociedad actual, ubicándose siempre en un lugar diferente al del resto de los mortales.

Aguer supone que goza de una autoridad moral que le permite juzgar de modo recurrente tanto a fieles como a ciudadanos no creyentes pero olvida o, prefiere no mencionar, su reputación tanto dentro como fuera de la Iglesia a raíz de su pasado como garante de un banquero prófugo así como de su labor pastoral duramente cuestionada por sacerdotes y laicos.

Aguer fue obispo auxiliar de Antonio Quarracino y, luego, al asumir Bergoglio como arzobispo porteño, ocupó la arquidiócesis de La Plata. Es de público conocimiento el enfrentamiento que históricamente mantuvieron Bergoglio y Aguer a lo largo de los años y que el prelado platense busca ahora soslayar.

El arzobispo es cuestionado entre sus pares y parte de la curia porteña por su fría distancia con la feligresía y su apego a las formas. Resistido entre los fieles de parroquias que soportaron de manera constante sus aires de grandeza y demostraciones de poder, Aguer es delicado y un destacado intelectual de renombre internacional que supo tener buena llegada a Roma, durante el pontificado de Juan Pablo II, merced a los aceitados contactos que cultivó con funcionarios del menemismo y operadores políticos en la Santa Sede durante aquellos años.

Pero el episodio más cuestionado dentro de su polémica carrera eclesial ocurrió a comienzos de este siglo cuando Aguer salió de garante del ex banquero Francisco Trusso, condenado por maniobras fraudulentas a través del Banco de Crédito Provincial (CPC). La garantía, ofrecida por el propio Aguer a título personal, fue de un millón de pesos. El hecho ocurrió en el 2003 y, desde entonces, sólo generó desconfianza.

¿Con qué dinero pagaría aquella fianza? ¿Por qué se ofreció como garante de un banquero que dejó a más de 20 mil ahorristas librados a su suerte? Nunca lo explicó.

La pastoral de Francisco, diametralmente opuesta a la de Aguer, ha mostrado en estos años de pontificado una mirada misericordiosa hacia quienes mal o bien intentan llevar adelante sus vidas, aún en medio de una cultura en el que prevalece la búsqueda de éxito y dinero de cualquier manera, apelando incluso hasta los límites de la prostitución y trata de personas. Su voz resuena a diario para orientar en medio de la noche cultural que muchas veces asoma sobre un mundo herido, sumido en guerra y explotación humana.

Mientras tanto, en Argentina, desde La Plata, Aguer señala, critica, y denuncia erigiéndose en un lugar que nada se le parece al de un pastor de la Iglesia.