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27 de abril de 2024
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Por Iván Damianovich
La cuestión de la obediencia en la Iglesia
12 de febrero de 2009
La amplia y triste repercusión mundial que tuvieron las declaraciones negacionistas de un obispo lefebvrista que reside en la Argentina volvieron a colocar sobre la mesa la cuestión de la obediencia en la Iglesia, sus alcances reales y las razones que la convierten en la savia que alimenta la vida eclesial.

En tiempos de posmodernidad son muchos los conceptos que van perdiendo o modificando sus más primarios significados. Así, la obediencia en el siglo XXI es entendida por la mayoría como una actitud pasiva de acatamiento de una orden cuando en realidad es, para la Iglesia, un modo de vida activo que tiende a la realización cada vez más plena del hombre a través de la escucha y la contemplación de Dios.

Para el cristiano, obedecer es oír y actuar según la voluntad de Dios. Es aplicar en su vida la dimensión de la misión que el Padre tiene para sus hijos desde la eternidad. Etimológicamente puede atribuirse al “ob-audire” que es más bien una disponibilidad a la escucha que, en la medida en que se atienda y se actúe en consecuencia, deviene en la realización del hombre.

Es evidente que esa actitud no primó en la Fraternidad de San Pío X al desconocer los alcances y logros del Concilio Vaticano II. Al rechazar el trabajo que durante años los obispos y papas realizaron dejaron de estar en comunión con Roma. Se trató, precisamente, de un estado de excomunión.

La excomunión se hizo efectiva en el momento en que fueron consagrados cuatro obispos sin el consentimiento del Papa. Uno de esos pseudobispos es precisamente monseñor Williamson, el lefebvrista que negó la aniquilación de los judíos en las cámaras de gas.

La actitud de este hombre, llamado negacionista o pronazi, choca abiertamente con el espíritu de la Iglesia y el magisterio. Los esfuerzos eclesiales realizados después de la Segunda Guerra Mundial para condenar abiertamente los crímenes no admiten lugar a dudas.

Al levantársele la excomunión, Williamson vuelve a sorprender. En otra actitud desafiante evita retractarse de sus dichos, tal como lo exigió Benedicto XVI y se abre, así, otra instancia de desobediencia.

Es probable que el Papa haya procurado actuar a favor de la unión de los cristianos. Es probable que haya sido engañado en su buena fe. Los escritos y estudios de Ratzinger, antes de ser Benedicto XVI, muestran una personalidad abierta, contemplativa y atenta a los problemas del hombre moderno. Es difícil, entonces, entender cómo pudo haber soslayado o desconocido el pensamiento de Williamson.

Son tiempos difíciles para el Vaticano. Las interpretaciones lanzadas al voleo tampoco esclarecen mucho y terminan por escandalizar aún más. Entre obedientes y desobedientes resulta imperioso destacar la condena más absoluta al Holocausto y ratificar el sendero del encuentro entre los cristianos y sus “hermanos mayores en la fe”.