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Una nube de pesimismo
Por Joaquín Morales Solá para LA NACION
13 de agosto de 2008
La Argentina se ha quedado sin acceso al crédito, según el último y rocambolesco trasiego de bonos con Venezuela. Sin embargo, el Gobierno, o parte de él, se obstina en trabar las exportaciones, que constituyen la única salvación para un país que deberá pagar cerca de 30.000 millones de dólares de deuda pública hasta 2010. En medio de esa generosidad con Hugo Chávez y de esos nuevos desdenes hacia el sector agropecuario retozan también los prejuicios de la ideología. Una nube de pesimismo se abatió, de esa manera, sobre la economía y la política.

Resultó extraña la información de que el gobierno argentino se molestó con el venezolano porque éste salió a vender en el acto los bonos que les había comprado a sus amigos Kirchner. Es cierto que el gesto de Chávez no mostraba mucha confianza hacia los argentinos, pero es imposible decirle a alguien lo que debe hacer -o no hacer- con lo que ya compró. De todos modos, ese fárrago de negociaciones entre Buenos Aires y Caracas no hizo más que plantear otra suspicacia: ¿acaso la economía argentina se decide en común acuerdo entre las dos capitales sudamericanas?

Sea como fuere, el gobierno argentino se comprometió a pagar por esos bonos, que luego Venezuela revoleó por todos lados, una tasa de interés de alrededor del 15 por ciento. Pocos meses antes de la gran crisis de 2001, Domingo Cavallo, entonces ministro de Economía, había rechazado pagar un porcentaje parecido de tasas de interés a un grupo de bancos locales. Las comparaciones son inevitables, sobre todo para los que analizan las noticias con frialdad y distancia.

Una mezcla letal de altas tasas de interés impuestas por Chávez (que sólo se les aplican a los que no tienen más remedio) y el rápido desprendimiento de esos bonos por parte de Venezuela crearon en los mercados una sensación de insolvencia. Los mercados son así: actúan de acuerdo con sensaciones y con experiencias, porque el riesgo de esperar que las cosas no ocurran como parece que ocurrirán es muy grande.

El Gobierno trató de enmendar el error de la venta de bonos a Chávez con el anuncio de una módica compra de bonos argentinos, tras una inesperada reunión del equipo económico en Olivos durante un domingo fastidioso. Las cosas cayeron bien hasta que Guillermo Moreno volvió a enlutar la fiesta, como lo ha hecho ya demasiadas veces para la paciencia de cualquier gobierno. El lunes anunció un incremento del costo de vida que se pareció más a un baja de la inflación, cuando la percepción colectiva, la de los economistas y la del mercado es absolutamente contraria a esos dibujos.

Paralelamente, el propio Moreno ordenó el cierre de las exportaciones argentinas de queso para saturar el mercado interno y abaratar sus costos. La Argentina es el sexto exportador mundial de quesos: ¿cómo recuperará los mercados que está perdiendo? Insensible a los mercados financieros internacionales y a las reglas del comercio mundial, Moreno parece encasillado todavía en los manuales de la autarquía económica de hace 50 años.

La Presidenta arruinó su domingo para buscar mejorar la situación financiera argentina, pero Moreno terminó arruinándole su trabajo. Con buena o con mala cara, el secretario de Agricultura y Ganadería, Carlos Cheppi, había aceptado la existencia de la Comisión de Enlace de las entidades agropecuarias y se había propuesto tratar en los próximos días los muchos problemas de la lechería. La última decisión de Moreno significó, en los hechos, un golpe fulminante a la cuenca lechera de Santa Fe y Córdoba y a cientos de pequeñas y medianas empresas lácteas.

El virtual gobierno de dos conducciones económicas (que ya se había visto en tiempos de Alberto Fernández como jefe de Gabinete) prenuncia un nuevo conflicto entre la administración de los Kirchner y el campo. Es imposible imaginar a Moreno sin el padrinazgo activo de Néstor Kirchner, que rezonga todavía una bronca infinita contra los líderes agropecuarios desde la derrota en el Congreso.


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Esa hosquedad con el campo es la que explica también el reciente voto argentino en la Organización Mundial del Comercio para concluir exitosamente con lo que se llama la Ronda de Doha. La Ronda concluyó con un fracaso y la Argentina votó en disidencia con su principal socio político y comercial, Brasil. Por primera vez, quizá, la Argentina fue más proteccionista que Brasil, porque éste aceptó una mayor apertura a los bienes industriales a cambio de mejores mercados para sus productos agropecuarios y agroindustriales.

La delegación oficial argentina que viajó a Ginebra para participar de esas reuniones de la Ronda de Doha llevó una delegación de empresarios industriales, interesados desde ya en políticas proteccionistas, y excluyó a los sectores agropecuarios, que hubieran sido los más beneficiados por políticas mundiales más aperturistas. La exclusión del ruralismo fue una especie de venganza por las recientes peleas.

"La instrucción que recibimos es que de ninguna manera debíamos volver con un triunfo de los agropecuarios y con una derrota de los industriales", confiaron importantes funcionarios argentinos que viajaron a Ginebra. En verdad, el gobierno de los Kirchner nunca le atribuyó demasiada importancia al campo y protegió ostensiblemente a los sectores industriales.

Se trata de una doble paradoja: el mundo ha cambiado sustancialmente en los últimos tiempos en la valoración de los comestibles y, por otro lado, la propia Cristina Kirchner señaló muchas veces que era un anacronismo la opción entre campo o industria. Pero su gobierno y el de su esposo la fomentaron más que ningún otro en las últimas décadas.

Con tantos ministros de Economía en funciones (Néstor Kirchner, Carlos Fernández, Moreno y Julio De Vido), el Gobierno parece ir a la deriva. Carece de un ministro en serio para los asuntos de la economía, no tiene un plan para enfrentar los síntomas evidentes de la crisis y le escasean alianzas sólidas dentro y fuera del país. Hasta el optimismo necesita de argumentos que no están.