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Por Nino Fernández
Las Pymes ante la pérdida de competi- tividad
29 de mayo de 2008
Esperar la devaluación o innovar parece ser la disyuntiva de miles de Pymes en este momento. Con el tipo de cambio real desinflándose progresivamente, la caída de la competitividad de la economía es un problema creciente, que se oculta detrás del conflicto con el campo. Tal es así que infinidad de Pymes han perdido porciones de mercado interno y se escuchan voces de alerta sobre una desaceleración de las exportaciones de las más chicas.

Frente a esta realidad se va hacia un debate acerca de la posibilidad de un ajuste cambiario, que permita recuperar la competitividad que la inflación se llevó, pero la idea tiene sus contraindicaciones. Por otra parte, resulta por lo menos “facilista” la opción de echar mano al recurso de bajar los salarios, que vale recordar, afectaría a las Pymes que “viven” del mercado interno.

Dice un reconocido economista, que habló a condición de no ser mencionado, que los empresarios “están imbuidos de un criterio rentístico y cortoplacista: les resulta mucho más fácil pedir subsidios o negar aumentos de sueldo, aun en momentos de alta rentabilidad, que encarar acciones estratégicas destinadas a lograr mejoras competitivas a mediano plazo”.

El diagnóstico apunta a destacar la importancia que adquiere la innovación como estrategia diferenciadora, capaz de agregar valor a un producto, acelerar un proceso, cambiar el perfil de un negocio, o, por caso, mejorar la gestión administrativa, logística o de marketing de las empresas.

“Las Pymes con mayores competencias y esfuerzos de innovación tienen en general
mayores posibilidades de decodificar las incertidumbres estratégicas que
deben enfrentar a lo largo de su evolución”, dice Gabriel Yoguel, investigador de la UNGS (Universidad Nacional General Sarmiento).

Pero para estas empresas pensar en innovar no es fácil.

Inversión e innovación

Un reciente informe de Ieral PYME (Fundación Mediterránea) asegura que las pequeñas y medianas empresas se encuentran obligadas a competir con su entorno y con el resto del mundo y esto implica “asumir los riesgos que supone la inversión en innovación”.

Para innovar las empresas tienen que invertir, profesionalizar la gestión, y muchas veces agregar una pizca de imaginación. Lo prueban experiencias notables que han desfilado por esta columna, como la de Trenque Lauquen Trading que pasó de ser frigorífico de liebres a procesador y exportador de pescado cuando las inundaciones transformaron en laguna a su zona de influencia, o el caso de MaqTec, una firma de Venado Tuerto que diseñó una cosechadora de aceitunas con estructura cabalgante que hace historia.

Gustavo Lugones, investigador de Universidad de Quilmes y del Grupo Redes dice que “si bien en la Argentina hay un alto porcentaje de firmas innovadoras, la intensidad innovativa, medida en términos de gasto en innovación como porcentaje de la facturación de las empresas es bajísima. Esto significa que las innovaciones son de poco alcance, profundidad o envergadura, lo cual es coherente con el tipo de especialización productiva, muy sesgada hacia commodities de baja complejidad tecnológica”.

Lugones agrega que entre 1998 y 2004 las empresas con alta intensidad innovativa lograron un 80% más de crecimiento de la productividad y abonaron salarios un 40% superiores, mientas que a la hora de enfrentar la última crisis mostraron más “espaldas” que las que no habían innovado.

Por su parte el último informe de coyuntura del Observatorio Pyme aclara que el concepto de innovación todavía es difuso y destaca que las estrategias de las empresas industriales en este sentido están centradas en instrumentos tradicionales. La adquisición de máquinas y equipos es señalada como la principal vía de innovación por el 55% de las empresas, mientras que sólo el 25% de los consultados afirma haber invertido en Investigación y Desarrollo (I+D).

Para Lugones hay algunas sorpresas: “varios de los sectores considerados high ó medium high-tech hacen menos esfuerzos innovativos que en el resto del mundo, como los casos de la industria química o automotriz. En contrapartida, se pueden encontrar grupos de firmas con alta intensidad innovativa aún entre las consideradas low-tech, por caso, alimentos o textiles”.

Esto último demostraría por qué en sectores sensibles ante la competencia externa hay empresas altamente competitivas, independientemente de que exploten nichos productivos.

¿Qué hace que algunas empresas incursionen más en innovación que otras?

La respuesta es compleja. Pero al parecer allí juegan cuestiones culturales, de formación profesional y hasta de saber “leer” la realidad del mercado: no son pocos los especialistas que aseguran que las dificultades para competir que enfrentan las empresas a menudo actúan acicateando la disposición a invertir en esta materia.

Dice el economista Andrés López de CENIT, que el sector privado “no sólo debe innovar mientras avanza en el proceso de desarrollo. La experiencia de los países asiáticos muestra que aún para absorber eficientemente tecnologías importadas, es necesario realizar esfuerzos innovativos domésticos”.

Pero López advierte que por razones vinculadas a fallas de mercado o externalidades, a las firmas les cuesta mucho embarcarse en procesos de aprendizaje de ese tipo en ausencia de marcos institucionales y políticas afines, lo cual determina la necesidad de contar con otras condiciones: mecanismos promocionales fiscales y financieros; disponibilidad de recursos humanos calificados y acceso a fondos de riesgo para empresas innovadoras.

De estímulos y “oídos”

Como en muchos países desarrollados la Argentina dispone de un Sistema Nacional de Innovación (SNI), conformado por un conjunto de instituciones científicas y tecnológicas, además de instrumentos como el FONTAR y el programa de Crédito Fiscal, que son fuentes de financiamiento de relativamente fácil acceso.

Pero la experiencia demuestra que no solo alcanza con la oferta; también hace falta cierta avidez de las empresas por conocer y aprovechar estas herramientas. Y aquí hay déficit: “El cuadro de especialización productiva no genera un volumen significativo de demandas al sistema científico-tecnológico y la baja complejidad de los requerimientos no despiertan mucho interés entre los investigadores, generalmente preocupados por apuntalar su carrera ante los mecanismos de evaluación a los que están sujetos”, dice Lugones.

Para cortar esta brecha Aníbal Cofone, director del Departamento de Ingeniería Industrial, del ITBA, propone la creación de Centros Tecnológicos mixtos, con cuatro o cinco ingenieros y técnicos, ubicados en las inmediaciones de clusters o de grupos empresarios de cierta afinidad. “En Italia estos centros actúan como “oídos” que tratan de escuchar e interpretar la demanda del sector productivo y se encargan de encontrarle la solución”, dice Cofone.

Como se ve, la fórmula para mejorar la competitividad sin recurrir a costosas soluciones para el país y la sociedad, no es nada del otro mundo.

Para Gabriel Yoguel “hacen falta tres elementos de metapolítica: disponer de financiamiento adecuado, sensibilización y existencia de un espacio de institucionalidad que pueda coordinar agencias e instituciones y hacer evaluaciones continuas, identificando los elementos ausentes y redundantes”.